miércoles, 25 de enero de 2012

La isla


                                    L A   I S L A

                                            El mar se ciñe a la costa. Las olas, encrespándose en sus primeras rocas, las van desnudando. Quietas, bañadas de agua y perdiendo la arena, rompen su silencio. Y el ruido lejano se va llegando a la playa.
     Se oye el entrechocar claro de las piedras; y el sumirse arrastrado de la  tierra, en el fluir de la corriente. Todo, aquí, recuerda a la isla; que, más allá, adentrándose en la pequeña rada, queda cubierta y hundida; embriagando su sueño. Y muy alejadas, emergiendo tan sólo sus riscos, los últimos peñascales; ya, cedidas sus raíces.
     Se siente, ahora,  el rumor sordo, que lleva otros ecos. Un canto de olas, oscuro y extraño, bate, una y otra vez, el roquedal; bajando el secreto al lugar que aguarda.
     El paisaje, unos pocos árboles erguidos y algunas aves, gritando, en el cielo, se yergue en plena soledad. Arrecifes clavados en las alturas, guijarros dejados en la arena, orillas dormidas en las aguas, y mar  densando su misterio; van plasmando, poco a poco, la sensación de un sepulcro. Y, mientras, cae la tarde; pesada, llana, extendida; ensimismada, y sin correr el tiempo.
     Un sabor de ausencia, traído por  las olas, reverdece en cada rincón. Sentido en el abandono de las copas, cogido en el paso de los pájaros, perdido en la densidad del acantilado, pegado en la levedad de las piedras, sellado en el callar de la mañana; en todo, cruzando sus sombras, se palpa su latir lento.
     Y el cantar del mar sigue manando…
     En las ramas, de vida muerta, se aquietan las hojas y se enhiestan las siluetas. Y así, recortándose en el cielo, van lanzando sus perfiles, hasta quedarse en su misma calma.
     Más abajo, descendiendo el soñar del bosque, las laderas se despeñan; sobre el agua, dispersando una barrera, emerge un caminar de islotes; rocas y rocas se alzan desgajadas de su tierra. Y ahí, estrelladas al horizonte, se dejan las últimas yerbas en el embate de las olas; mientras sus formas se ennegran, se endurecen recogidas, desatan encrespadas; y apresan, fondeando sus entrañas, el murmullo que las baña en los abismos.
     Desde ellos, el sueño se llega a las orillas, adentrándose en la arena. Remansado, en un continuo salpicar de espumas, mecido y callado, rodea la bahía. Y sube, llenando la playa, el rumor que se arrulla entre guijarros, y desgrana el polvo fino de las piedras…Claro, esparcido y brotado, el aroma de frescura se incrusta en el paisaje; derramando un deseo escondido, que oculta en su sentir de brisa.
     Sola; posando en las peñas, anidada en las laderas, o surcando los cielos, queda la pequeña vida que habita en la isla. Casi no hay momentos, sin que el cruce solitario de algún ave, en un rápido revoloteo, levante la quietud. De un lugar a otro; a veces tras los más escarpados o profundos; el paso curioso, acostumbrado y ajeno al oscuro mar; siempre lanzada al tranquilo caer por los aires; y dejando cualquier brizna que venga de tierra; la oleada de gritos,  confusa en su lejanía, presiente el decir extraño
     ¡Qué intenso, es el cantar de las aguas! Nace prendido del fondo, alborotando la superficie, y se encrespa en cada onda que, cruda y ensombrecida, lleva  su ensueño a las rocas. Pero nada, se refugia en ellas.
     Allí, un pájaro, después de un largo vuelo, se hunde en la corriente; y, de nuevo, remonta su camino; hasta perderse en las alturas…!También lo ignora todo!...
     Densa, cubierta de aspereza, bramada en sui despliegue, ceñida por el frío y sembrada en la llanura, sigue la marea. Y el eco del sonar, turbio y antiguo de su abismo, se vierte en el horizonte; llegando a sus confines.
     Sobre el paraje encantado, se palpa el latir de las olas, brotando en lo más hondo. Un aire de presentimiento recala en su interior dormido; y, luego, vuelve a sumirse. Fuera, resbalan sus soplos, dejando la ausencia. ¿Qué canta el rumor del mar?...
     La brisa, mecida y fresca, recorre la lejanía. Parece cruzar las ondas, tocar la cima y envolver la tarde; regresando el sentir que se escapa. Y un suave destello de vida, cobijada en otros lugares, se adentra en la tierra de la isla…
     Pero, todo es soledad: una inmensa quietud, erguida en los cielos, y que no mueven sus auras. Y debajo, una fuente escondida, manando entre las piedras, y sellando sus murmullos…¿Qué canta el rumor del mar?...
     Las rocas solitarias, la audacia de las aves, los árboles en silencio, la calma de las orillas, los arenales desiertos…; recogen el yacer inerte. Allá, deshechos entre las aguas que flotan sobre el fondo, se bañan otros sueños, más ciertos que sus días; y a ellos se acercan, entregándose.
     ¡Cómo embriaga el romper del oleaje!... En un decir de nereidas, enturbiado en los escollos, densa el saber de lo viejo, refugiado en los abismos. Y una lluvia remansada, meciendo el fluir de sus gotas, riega la voz del nirvana, que enternece el vagar de la tierra.
     El suave dormitar de la corriente, la tersura ensimismada, el vaivén de sus arrullos, la tibieza que se entraña, lo profundo del susurro entre las olas, el sinfín del horizonte…!Qué cerca, se presiente un paraíso!
     Igual que un lago, el claro inundar del misterio, se filtra bajo las piedras. Y un chorro, cálido y lento, busca llegar hasta la arena, dejándole su anhelo. Mas,  poco se vierte en ella…
     Renace el guardar del secreto. Sombría, encrespada, rugiente, aterida y alzándose en cada paraje, sigue la marea su camino hacia la playa.

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