Q U I Z Á S
L a música se ha ido de este mundo. Suena en la cumbre más elevada y desierta de vida; que parece casi desgajada de su tierra y lanzada hacia el vacío. Fluye detrás del horizonte del mar; tan alejado, que se escapa del tocar de las aguas. Y llega desde lo más dentro del alma; así de escondido y profundo, como si surgiera de la misma entraña de la tierra.
La música se ha ido de este mundo. Brota en él con una pena entristecida de nostalgia; pero se sale cuando un tirón la lleva a un ensueño que crece de golpe; y, se vuelve un gozo, una esperanza, una dicha…
Ahora, el aire de fuera-liviano, tenue y embrisado- es el lugar en que el alma vuela liberada de sus tierras, su canto dice su verdad, y, la música la llena de placeres, de certezas, de alegrías, de sentires y de cielo.
Por primera vez nota la libertad que le llega, como un soplo que la abre, la inunda, la aligera y la esparce en este vacío del mundo. Por primera vez dice lo que quiere sin tener que pensarlo, porque nada hay más que un deseo. Y, por primera vez, lo ve cercano, seguro, hecho, amado y encontrado…Ahora, está en su cielo.
La risa –la alegría hecha gesto- es lo que expresa el alma. Y se vuelve ternura para conmoverse con cada brizna de vida que brota desde dentro; se mira en ella misma –cuando lo hace hacia fuera, como si se hallara lejos el motivo de su dicha-; y se hace un temblor –una cuerda que vibra- sacudido por todo el sentir que la embarga; que, ahora está renaciendo en su interior, movido desde fuera y desde dentro.
Es tan fuerte su alegría que el retorno –un tirón desde la tierra- del dolor pasado, la aquieta un momento, la entristece y la ennostalgia; pero sólo la sufre en su recuerdo, como unas imagen embellecida de pena; que la hace llorar, aceptar, esperar y soñar otra vida. Después, su misma alegría, sin temor, le deja revivir la desesperanza, la súplica, el ensueño y el conformarse resignado y sin más…
....El alma se recupera. La vuelta –recordada- a la tierra le ha dejado un canto triste de letanía que, al poco, desaparece. Y, tras el silencio, la música y el alma-por sí mismo enmudecidas- vuelven a sentirse vivas…
… La música, no acabó de irse de este mundo; el alma –que de él traía tristezas, penas, melancolías, desesperanzas y el desarraigo resignado- sí lo llegó a hacer. La música –que le recordó todo el dolor- se lo mostró en toda su crudeza, y, el alma lo revivió in evitablemente; pero, mientras que aquella se quedó en él, porque su canto no traía más; el alma se escapó, siguiendo notas extrañas y acordes que rompían la melodía, y, llegó a otro mundo; al de otra armonía que la elevaba sobre el dolor.
El primer roto apareció cuando la pena, en una subida repentina, acabó en un ensueño dulce y gozoso; y fue como el eco lejano y nunca oído al decir de un dolor, para dar un consuelo y una esperanza…Después, la música sonó y se rompió igual;…y el alma volvió a sentir la pena y el ensueño; todo, como en la misma letanía de siempre.
…Y la letanía, siguió; cambiada por aquel roto, pero sin entrar en él. Se dejó llevar por la esperanza; y el recuerdo le trajo vida que no había, la nostalgia se calló y el canto fue de alegría, de ternura, de sentires y de cielo…
Pero, una y otra vez, aquellas extrañas notas insinuaban la verdad. Mantenían este juego piadoso de creer y la ilusión de realidad; aunque, al pasar cerca, el alma dejaba de sentirlo y rechazaba su consuelo.
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…El alma dejó la música; y entró en el hueco…
Picos de montañas –como agujas extrañamente afiladas- que se agrupan casi sin dejar resquicios; y que parecen emerger desde lo más hondo tan sólo imaginado. Un lugar que perturba, atemoriza y rechaza; y sin que se muestre hostil, sino quieto, ensimismado y, aparentemente, esperando.
-No hay que bajar- es la sensación que se encuentra el alma, cuando sale de su estupor;…y, entonces, se mueve. No sabe si avanza sobrepasando las cimas, o si lo hace mirándose dentro; pero el lugar de las cumbres está desapareciendo.
Se está cambiando el paraje entero. El alma, ahora, pasa como una corriente de aire por las alturas; aunque el paisaje es ya de la tierra y hay árboles, cada vez más cercanos, orillando su camino.
El espacio por el que se aleja es de un mundo ajeno al de abajo. Aquel se siente como un túnel fuera del tiempo; y éste, parece un camino de vida de naturaleza, aunque extrañamente reconocido.
Sin embargo, también cambia su apariencia; y las sensaciones que saltan en el alma siguen el mismo devenir. Todas tienen algo del recuerdo, de su vida o de sus sueños; al menos, en los sentimientos que van con ellas, en las extrañezas que sólo las enmudecen y en los lugares –como escenas separadas- que aparecen de pronto a lo largo del camino.
Los árboles, el suelo deshierbado, de barro fresco y endurecido; el cielo tenue y suavizado de azul; la lejanía del horizonte dejando solo el paraje; unas casa sugiriendo un rincón de vida agrícola; y, abandonándolo todo, un recodo que deshace el lugar.
Tras el recodo, el alma se detiene ante lo que ve. Un nuevo camino; ahora, pegado a la tierra, a la naturaleza, al hombre y a sus cosas.; pero, deshabitado y abandonado sin daño alguno; como si algo se hubiera llevado la vida, aquietado su aliento hasta en la flora y callado el aire.
Un lugar que casi siempre aparecía en las disonancias de la melodía –después de las primeras extrañezas-, y que ere recorrido en pos de algo; por el alma embargada, sobrecogida y ansiosa; porque su vacío de vida hacía pensar que se acercaba el nacer del alma. Pero, el andar no acababa nunca; la esperanza, sí…
-Hay que romper el camino- es la sensación que se encuentra el alma, cuando reconoce el paraje al que ha entrado tantas veces.
Busca a lo largo del sendero…Algo rompe este camino que no llega a nada que quiera; algo que se ha hecho sólo porque la tierra-hundiéndose, lo ha deteriorado.
Detrás hay un trecho casi desnudo de hierbas, polvoriento y retorcido que se aleja y se pierde fuera de la senda; y allí, se acerca el alma. Es tan extraño como el de las montan, pero inhóspito desde que se abre el sendero hasta que llega a un claro. No hay más que tierra reseca y pedregosa; algunos restos muertos de árboles; y, en derredor, una niebla de polvo suspendida en todas partes.
El alma, a pesar de esta nada pegada a la vida, permanece aquí. Quieta, sola dentro y fuera, atónita y aguardando lo que no sabe.
El lugar es una escena de muerte y descomposición; una desaparición de lo que vivía, una soledad que nadie mira;…un esperpento sin vuelta atrás y sin alguien que lo cuente y lo comprenda.
El lugar es una sensación de pérdida, de anhelos frustrados, de vacíos, de desesperanzas, de amarguras, de silencios,…de la nada más absoluta.
El lugar, es aquella música apenada; sin eco, sin consuelo, sin ensueño y, hasta, sin la búsqueda encontrada en la disonancia…
… Vuelve a oírse la melodía. Una y otra vez pasa con la misma tristeza. Y poco a poco se queda en una repetición enmudecida de sentimientos que se apagan en el aire. Después, el silencio en el lugar y, en el alma, un gesto esculpido en la resignación para siempre…
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Todo está quieto, clavado en el tiempo, como si se hiciese e la eternidad;…pero, algo se rompe. Primero, una luz llena el paisaje, llegando desde el horizonte; después, el calor de la vida vuelve a sentirse palpitando en cada rincón; y el color, el movimiento, el aire y el pasar del tiempo reaparecen. Lo que estaba muerto sigue muerto; sin embargo no deja de existir, no se corrompe, no desaparece, no se esfuma en la nada; sino que pervive aunque no se vea.
El silencio también se ha roto. Un sonido sordo está en todas partes diciendo que la vida vuelve; y otra sensación, no oída, sabe que todo existe. Pero, hay otro sonido –como un rumor- que llega sin resquicios, se extiende y aumenta; hasta que su música –la misma- se apodera de todo el aire.
El alma la oye adentrándose en ella y la musita muy despacio. Poco a poco –sin darse cuenta de que ahora la melodía suena como un canto- también eleva su voz y se una a él.
Las notas parecen cubrir el cielo. Y no hay nada que calle, que se quede en silencio o que esté solo. Es una sinfonía de dolor y ensueño que no deja vacíos ni dentro ni fuera de ella, que llena el espacio y el tiempo y que detiene el seguir del mundo.
No se ha ido el dolor, la desesperación, el sueño, la nostalgia y la caída; pero éstos son los sentires que tiene la tierra, que dañan en la tierra y que amargan en la tierra, Ahora, no pueden estar aquí; porque son del sueño que sueña la existencia…
…El alma, todavía ensimismada, salta para escaparse de este padecer. Canta, impulsada por su fuerza, y empieza a dejar atrás los lamentos. Su música –la que estaba en la de siempre, pero sin sentirla- le trae sensaciones, ahora, que no le avivan sentimientos que comprenda; sino un gozo desconocido.
Un golpe de aire de fuera se le mete dentro como una exhalación, y algo en su interior se abre, se despierta y se queda cogido. La dicha –un bienestar de agua- se abre paso, inunda su seno, se infiltra en su materia y casi se sale de su ser.
El alma siente desprenderse de su propio yo. Su centro se empieza a desvanecer, se disipa y se hace como el aire. Y toda ella se va remansando hasta perderse en la quietud de un nirvana. Pero, en él, sigue siendo ella; aunque, no ensimismada.
La dicha, el gozo nunca tenido, una alegría olvidada y una paz que no es la nada para el alma; han ido llenándola de algo que es ella y que es todo lo que existe…
…El alma, ahora, calla; pero, cuando vuelve al paraje extraño –en el que la música se hizo un clamor de todo, y ella rompió su atadura al sueño- una luz, desde el nirvana, le hace comprender.
La música –el canto de dolor y ensueño-no es sólo suya; el penar y el consuelo tampoco porque no los causa su propio vivir en la tierra, sino el querer escaparse de ella; que es este sentirse casi ajeno y anhelar ser, de todo lo que vive, pero sólo existe en un instante del tiempo.
La música es de todos, igual que el penar y el ensueño. La otra música –oída con aquella y desapercibido su sentir; la que goza el alma y la ennirvana-; es la del ser para siempre que, ahora, va enmudeciendo a la de dolor y consuelo; hasta dejarla en un sentimiento que se recuerda, y, de un estar ya pasado en el que se enredaba el alma; de un estar que ya no es.
Y esta música es la que ,ahora, suena en lo que vive y siente que existe; porque lo que comprende el alma es lo mismo que comprende todo.
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…El alma –antes, sola y atemorizada- ha dejado su ensimismamiento; y se ha expandido en el espíritu que la trasciende –sin perderla- y la une a cada ser…
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…Ya no se oye el canto de nada porque sólo hay música que se canta a sí misma…
La tierra entera ha cambiado. .Ha desaparecido como un espejismo que, extrañamente, no es una imagen reflejada de algo. Pero hay una realidad de espacio, de lugar; en el que suena esta música como si las mismas notas fueran materia, adherida en acordes y viviendo una existencia, vacía de cualquier otro algo.
Este mundo no parece sentir; no expresa los sentimientos y emociones nacidos del vivir en la tierra, o del querer escaparse de ella. Su latido no es el decir de una melodía que evoca los pasos del caminar de un espíritu; sino un movimiento de notas –que suenan a intervalos de eco y llenan de acordes el espacio para volverlo armonía- como si fueran gotas de agua que se tocan, se disuelven entre sí, se expanden hasta hacerse una de todas y, dejándose llevar por el vaivenear, diluyen su serenidad eterna en el alma que las mira. Así, es el pálpito de este mundo…Calma de mar, quietud de horizonte, infinito de cielo, llenar de campiña, lisura y tocar de la brisa…, es lo que en él se siente; si las notas pudieran hacerlo y la música se sintiera a sí misma…Es la paz del ser que aguarda vivir.
Quizás, también, el espíritu espera a nacer o a renacer.