miércoles, 6 de marzo de 2019

La pensión

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                                 L A   P E N S I Ó N

                        Años setenta; Barcelona; Plaza Real; una pensión de ¿estudiantes?...
          …Casi por la edad; porque nuestras vidas todavía eran intentos de buscarlas; por nuestra bisoñez en el trabajo, en el amor y en casi todo lo de adulto,…sí. Aún éramos estudiantes.
          El más joven ­–“el galego”- no había acabado la primaria; el mayor –enamorado de la samba brasileña- era técnico industrial en paro, rebotado de búsquedas engañosas laborales y de amoríos, y, viviendo –creo- de sus ahorros. Los demás, una oferta variada de aspirantes a empleo  fijo, remunerado y en lo suyo; y –los fines de semana- disfrutadores  de bailes, flirteos,  enamoramientos y promesas. Y  en el mando, una señora gallega –todavía de buen ver-, su esposo y una hija ya enseñada a encontrar, encandilar y retener un marido adecuado… [Y, el que escribe –que trata2rá de no mostrarse más de lo necesario-; que, en parte, era un rebotado de una forma de vida y un buscador de otra, sin emplearse a fondo].
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          El día a día –dentro de la pensión- se vivía más en las comidas y en las habitaciones personales. En éstas, la privacidad sólo se manifestaba frente a la dueña; porque salvo momentos de descanso, de estudios o íntimos, siempre había alguien más con quien charlar o simplemente aguardar que llegara la hora de algo; como en cualquier residencia de estudiantes.
          El momento del almuerzo era el de mayor tiempo de espera en las habitaciones... Y, aunque el apetito se manifestaba claramente en la rapidez, en el disfrute y en el apurar los platos; tanto la entrada al comedor como   la comida en sí, se desarrollaba en un ambiente de restaurante en el que la formalidad era la pauta.
          Solamente la señora –aunque correcta en el servicio- recordaba  a  una madre dándole de comer a los suyos: su familiaridad con ellos llegaba a mostrar preocupación por “lo delgado que estaba alguno”.
          …Y cada día…el momento especial. ”El hombre venía tarde –todos estaban comiendo-, la hija  aparecía en el comedor poniéndole caritas, la madre paraba lo que estaba haciendo y se detenía un poco con él –sin charlas-…; y casi todos miraban la escena, algunos le preguntaban algo y, de una forma o de otra, nuevos o antiguos  se enteraban de que “trabajaba en la Seat –empleo muy buscado-, la hija era su novia y estaba cansado por la cantidad de faena del día”. Sin saber bien por qué –aunque él no lo buscabas- no les caía muy bien; la escenita no  venía a cuento, y, alguno miraba qué le servían”.

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          Ahora; Jeol –el técnico-, el “Carallo” –el gallego, del que no recuerdo su nombre-…y yo: [porque para hablar de las tardes noches en nuestro cuarto tengo que  aparecer en el relato].
          Había mucha charla insustancial y poco personal; salvo –con el paso del tiempo- las de Jeol y yo mismo. Pero sí habían temas recurrentes: quejarse de los solitarios del gallego, del mar olor consecuente y llamarle  la atención…algo inútil;  buscar  estrategias de planchado de la ropa propia, sin que la señora lo advirtiese; y ocultar nuestra propia comida –traída de fuera- de la vista de aquella…Toda la deseada privacidad desaparecía con el arreglo del cuarto –especificado en el contrato- por parte de  ella y de su hija; algo que no podía evitar el fisgoneo –curioso o laboral- de ambas...                                                                                                                                 …Y así, de forma parecida, supongo que se pasaban las tardes noches en los otros cuartos de la pensión; ya que, aunque diferentes, la situación no daba para más.
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          Enfin, el hostal semejaba una casa –con sus cosillas- familiar. Pero, los fines de semana, aquello  de los “disfrutadores” tenía sus claroscuros: Unos  se iban con los suyos –fuera de Barcelona- y otros se quedaban           en sus cuartos ordenando sus cosas, faenando domésticamente y relamiéndose sus tristezas, hasta que salían a la calle porque no aguantaban más;…y, los realmente jóvenes, que sí que iban a vivir la vida fuera de la pensión.
         Todo esto de los fines de semana convertía la casa en un lugar de desencuentro –cada cual con lo suyo- salvo en las comidas, ahora demasiado formales; aunque, de noche, los que habían salido a divertirse, la liaban un poco contando sus éxitos o sus fracasos más o menos amorosos; casi anticipándose el día de vuelta de los que se habían ido; en el que todo se volvía un encuentro  de todos con todos y con todo,  la casa parecía  la “casa de Troya, y,  poco a poco volvía a su normalidad; pero, al día siguiente; porque en el de regreso:
          Desde fuera: algunos regalos traídos de casa –a veces, de parte de sus familias-; verborrea explicando lo que habían hecho y silencio de los que escuchaban –los que se habían quedado-; aventuras de los disfrutadores rayando loa fantasía, hasta que los demás los bajaban a la realidad; abrazos, saludos efusivos para los compañeros; y detalles –éstos sí eran de  las familias- con la dueña.
          Desde dentro –como todos alguna vez habían estado en cada situación- lo que había era una carga emocional que les afectaría en el momento, y, en el dormir y el sueño de los días siguientes: alegría por el reencuentro, por lo vivido en sus pueblos, por lo casi logrado en sus correrías, por ser recordados desde lejos…; que la tristeza de irse, de quedarse solos y de sentirse así, atemperaba poco a poco;…quedando de todo una sensación de nostalgia para siempre; que crearía el pensar, el sentir y el recordar desde esa misma noche.
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          Pero, este aspecto emotivo – que en la vidas diaria iba creando una unión entre los habitantes de la pensión- no aparecía en las relaciones abiertas; más que como los detalles  superficiales y equívocos en el seno de las familias: una sonrisa, una broma, un favorcito, hasta una discusión; aunque,  cuando se daba una situación seria y –a veces- crucial, sí se manifestaba lo que se había creado: amistad para muchos momentos.
           Jeol y yo lo vivimos; cuando él se hartó de perder el  tiempo y su dinero, y, a mí, se me fue acabando el que tenía de los últimos meses cobrados hasta la aprobación de mi excedencia de profesor.
          Los dos – en la pensión- éramos realmente observadores de la vida de los demás; porque no hacíamos casi nada para nosotros mismos, teníamos más edad que ellos para los disfrutes casi juveniles; y, además, estábamos demasiado alejados de nuestras familias. Es decir; algo tristes, cansados, quietos y sin futuro en camino.
          No recuerdo quien sacó el tema. Quizás, fuera Jeol en una de sus propuestas –habitualmente sin alcance real- que yo tomaba a broma; pero lo cierto es que sucedió.
          -“¿Nos vamos a Francia…a vendimiar o a lo que sea?”-. En principio sonó como siempre, nada serio; pero se inició una conversación…Es probable  que –algo normal-la adultez y la situación de los dos llevara a una charla real sobre la posibilidad de que eso se podía hacer; todavía sin que –al menos yo- nos sintiéramos implicados.
          Cuando Jeol empezó a hablar de los cómos,  los qués y los por qués –desde su experiencia en Brasil-; la charla tomó un rumbo concreto  que nos implicaba en hacerlo, parecía factible y…Al día siguiente, estábamos los dos en las oficinas del Instituto de Emigración.
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          Años setenta;  Barcelona; Plaza Real; una pensión de estudiantes y…Francia; Villes  súr Auzon;  y Vendimia.
           

                                         

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