L A P E N S I Ó N
Años setenta;
Barcelona; Plaza Real; una pensión de ¿estudiantes?...
…Casi por la edad; porque nuestras
vidas todavía eran intentos de buscarlas; por nuestra bisoñez en el trabajo, en
el amor y en casi todo lo de adulto,…sí. Aún éramos estudiantes.
El más joven –“el galego”- no había
acabado la primaria; el mayor –enamorado de la samba brasileña- era técnico
industrial en paro, rebotado de búsquedas engañosas laborales y de amoríos, y,
viviendo –creo- de sus ahorros. Los demás, una oferta variada de aspirantes a
empleo fijo, remunerado y en lo suyo; y
–los fines de semana- disfrutadores de
bailes, flirteos, enamoramientos y
promesas. Y en el mando, una señora
gallega –todavía de buen ver-, su esposo y una hija ya enseñada a encontrar,
encandilar y retener un marido adecuado… [Y, el que escribe –que trata2rá de no
mostrarse más de lo necesario-; que, en parte, era un rebotado de una forma de
vida y un buscador de otra, sin emplearse a fondo].
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El día a día –dentro de la pensión-
se vivía más en las comidas y en las habitaciones personales. En éstas, la
privacidad sólo se manifestaba frente a la dueña; porque salvo momentos de descanso,
de estudios o íntimos, siempre había alguien más con quien charlar o
simplemente aguardar que llegara la hora de algo; como en cualquier residencia
de estudiantes.
El momento del almuerzo era el de
mayor tiempo de espera en las habitaciones... Y, aunque el apetito se
manifestaba claramente en la rapidez, en el disfrute y en el apurar los platos;
tanto la entrada al comedor como la comida en sí, se desarrollaba en un ambiente
de restaurante en el que la formalidad era la pauta.
Solamente la señora –aunque correcta
en el servicio- recordaba a una
madre dándole de comer a los suyos: su familiaridad con ellos llegaba a mostrar
preocupación por “lo delgado que estaba alguno”.
…Y cada día…el momento especial. ”El hombre
venía tarde –todos estaban comiendo-, la hija
aparecía en el comedor poniéndole caritas, la madre paraba lo que estaba
haciendo y se detenía un poco con él –sin charlas-…; y casi todos miraban la
escena, algunos le preguntaban algo y, de una forma o de otra, nuevos o
antiguos se enteraban de que “trabajaba
en la Seat –empleo muy buscado-, la hija era su novia y estaba cansado por la
cantidad de faena del día”. Sin saber bien por qué –aunque él no lo buscabas- no
les caía muy bien; la escenita no venía
a cuento, y, alguno miraba qué le servían”.
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Ahora; Jeol –el técnico-, el
“Carallo” –el gallego, del que no recuerdo su nombre-…y yo: [porque para hablar
de las tardes noches en nuestro cuarto tengo que aparecer en el relato].
Había mucha charla insustancial y
poco personal; salvo –con el paso del tiempo- las de Jeol y yo mismo. Pero sí
habían temas recurrentes: quejarse de los solitarios del gallego, del mar olor
consecuente y llamarle la atención…algo
inútil; buscar estrategias de planchado de la ropa propia,
sin que la señora lo advirtiese; y ocultar nuestra propia comida –traída de
fuera- de la vista de aquella…Toda la deseada privacidad desaparecía con el
arreglo del cuarto –especificado en el contrato- por parte de ella y de su hija; algo que no podía evitar
el fisgoneo –curioso o laboral- de ambas... …Y así, de forma parecida, supongo que
se pasaban las tardes noches en los otros cuartos de la pensión; ya que, aunque
diferentes, la situación no daba para más.
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Enfin, el hostal semejaba una casa
–con sus cosillas- familiar. Pero, los fines de semana, aquello de los “disfrutadores” tenía sus claroscuros:
Unos se iban con los suyos –fuera de
Barcelona- y otros se quedaban
en sus cuartos ordenando sus cosas, faenando domésticamente y relamiéndose sus
tristezas, hasta que salían a la calle porque no aguantaban más;…y, los
realmente jóvenes, que sí que iban a vivir la vida fuera de la pensión.
Todo esto de los fines de semana
convertía la casa en un lugar de desencuentro –cada cual con lo suyo- salvo en
las comidas, ahora demasiado formales; aunque, de noche, los que habían salido
a divertirse, la liaban un poco contando sus éxitos o sus fracasos más o menos
amorosos; casi anticipándose el día de vuelta de los que se habían ido; en el
que todo se volvía un encuentro de todos
con todos y con todo, la casa parecía la “casa de Troya, y, poco a poco volvía a su normalidad; pero, al
día siguiente; porque en el de regreso:
Desde fuera: algunos regalos traídos
de casa –a veces, de parte de sus familias-; verborrea explicando lo que habían
hecho y silencio de los que escuchaban –los que se habían quedado-; aventuras
de los disfrutadores rayando loa fantasía, hasta que los demás los bajaban a la
realidad; abrazos, saludos efusivos para los compañeros; y detalles –éstos sí
eran de las familias- con la dueña.
Desde dentro –como todos alguna vez
habían estado en cada situación- lo que había era una carga emocional que les
afectaría en el momento, y, en el dormir y el sueño de los días siguientes:
alegría por el reencuentro, por lo vivido en sus pueblos, por lo casi logrado
en sus correrías, por ser recordados desde lejos…; que la tristeza de irse, de
quedarse solos y de sentirse así, atemperaba poco a poco;…quedando de todo una
sensación de nostalgia para siempre; que crearía el pensar, el sentir y el
recordar desde esa misma noche.
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Pero, este aspecto emotivo – que en
la vidas diaria iba creando una unión entre los habitantes de la pensión- no
aparecía en las relaciones abiertas; más que como los detalles superficiales y equívocos en el seno de las familias:
una sonrisa, una broma, un favorcito, hasta una discusión; aunque, cuando se daba una situación seria y –a veces-
crucial, sí se manifestaba lo que se había creado: amistad para muchos
momentos.
Jeol y yo lo vivimos; cuando él se
hartó de perder el tiempo y su dinero, y,
a mí, se me fue acabando el que tenía de los últimos meses cobrados hasta la
aprobación de mi excedencia de profesor.
Los dos – en la pensión- éramos
realmente observadores de la vida de los demás; porque no hacíamos casi nada
para nosotros mismos, teníamos más edad que ellos para los disfrutes casi
juveniles; y, además, estábamos demasiado alejados de nuestras familias. Es
decir; algo tristes, cansados, quietos y sin futuro en camino.
No recuerdo quien sacó el tema.
Quizás, fuera Jeol en una de sus propuestas –habitualmente sin alcance real-
que yo tomaba a broma; pero lo cierto es que sucedió.
-“¿Nos vamos a Francia…a vendimiar o
a lo que sea?”-. En principio sonó como siempre, nada serio; pero se inició una
conversación…Es probable que –algo
normal-la adultez y la situación de los dos llevara a una charla real sobre la
posibilidad de que eso se podía hacer; todavía sin que –al menos yo- nos
sintiéramos implicados.
Cuando Jeol empezó a hablar de los
cómos, los qués y los por qués –desde su
experiencia en Brasil-; la charla tomó un rumbo concreto que nos implicaba en hacerlo, parecía
factible y…Al día siguiente, estábamos los dos en las oficinas del Instituto de
Emigración.
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Años setenta; Barcelona; Plaza Real; una pensión de
estudiantes y…Francia; Villes súr
Auzon; y Vendimia.