O C É A N
O E N C A N T A D O
Las notas, han ido entrelazándose,
para plasmar un lugar en el océano, que se ha encantado para nosotros.
La vida, que surge desde el seno de
las aguas y riza en olas la superficie, es rumor sordo de raíces lejanas, en su
misterio de movimientos y sonidos y, patencia clara, vigorosa impenetrable, de
las olas que se han hecho rocas.
Y, de esto, poco es lo que conoce el
hombre. Su conciencia, anclada en el sentimiento, en ráfagas continuas de
penuria y vaguedad, surcadas por leves aleteos de formas que se sienten,
recibe, de la música, el azote que en aquel deja.
Y la música; mágico y portentoso
eslabón, rayo del ser sin materia, tan sólo capaz, como el fuego prometeico, de
despertar y, tambaleándose, hacer andar al hombre hundido en la carne, mientras
que al otro, roto para la vida, dejará en una disonancia de ser y no ser que la
muerte hará gesto..; la música, tañe innumerables melodías que se entrecruzan
para forjar un paisaje como éste, que, sólo en su ser simbólico, no es el fruto
de un azar.
El brinco de una nota, el lazo con la
otra en el subir a una cima y, el procreado temblor en una espiral de vacío;
todo, sobrenadando in quejido, es para el sentir una ola. Permanece en un suspiro
que apagándose se aleja y, al morir para nacer otra, se hace patente un abismo
que otros sones encadenándose llenan; dejando constancia del misterio que
embarga rodeando a la roca y, que no permite tan siquiera, que el sentimiento
se pose en él para saber, si lo hace, un salto irremediable que salpica sus
ojos de miedo y tristeza, es su paso inmediato.
Pero en el interior del hombre, todo parece
seguir igual. Hay un sentir, que es sólo una ventana abierta para mirar; como
una atalaya, como una forma de conciencia. Mas, hay algo mayor en su dentro; una,
como carne estremecida por el mundo; un algo sutil, nebuloso, que ve lo mirado;
que se retuerce, que llora y que ríe, en una intimidad más profunda que la de
la misma conciencia. Es, otro verdadero ser, dentro del hombre. O, quizás, el
mismo en lo más recóndito y abismal de su esencia; en la fuente antigua que le
dio el ser; en el arroyo, ya brotado, donde bebió el existir.
En un instante, la luz de una nota se
ha hecho fuego arrasador, y, ha dejado libre camino entre la fuente y el
arroyo, quemando la maleza en selva de la vida, para iluminarse en un grito
arcano en la conciencia del hombre; en una estancia de dicha de un paraíso poseído,
o, en un gozo, esperanza sumida en el tiempo y el espacio, y, sólida realidad
de piedra, fuera de sus poderes.
Y así, todo aquel sentir humano
prendido en el ensueño, extrañado en el embate contra rocas, triste, de
melancolía, al reconocerse desgarro, y resignado, de saber lo imposible de su
anhelo; abandona su gesto de estatua, forjado al cegarse en la luz, y recobra
su infinita menudencia de hoja, su vibración perenne al soplo de todos los vientos, su agitado caminar de
mimbre y cristal. Y camina; camina en sólo un destello de tiempo, da y recoge
un golpe de luz, destruye una traba, abriendo un sendero y, desbarata una vida
dejándola entre dos mundos.
-¡Sigue adelante! “Dáme el ser aunque
mates mi existir! ¡Quebranta los huesos, los nervios, los pulsos, la carne de
mi corazón..!; pero, ¡enciende mi conciencia sin temor que se me abrase!
¡Siéntelo todo!-
Pobreza del hombre. Parquedad del espíritu, que consigue
tan sólo abrirse una herida, y queda después, sin saber qué mano la causó.
Mientras tanto, la música, perdida su
cumbre, regresa a su llanura en la montaña, para depositar sus sones en los
labios del hombre, y ofrecer su ambrosía de dioses al corazón, de manos de su
sentimiento, otra vez petrificado.
El canto vuelve a brotar. Toma lo que
le dan, pero es tan suyo, que lo lanza en un lamento venido de profundidades,
que lo aumenta, impregnándolo de matices, de sentires oscuros y abortados.
Se hace pies para andar entre las
rocas, manos para palpar, buscar, apretar acariciar, golpear; amante para la
ternura, guerrero para el batallar, loco para el afán, prisionero para la
libertad, ciego para la luz que siente, desgarro para el ser que le arroja, poseído
para la fé, vacío al desesperar su corazón en dos mundos, y su razón en dos
luces. Pero, todo esto, ¿de quién es?.Si su sentir ha sido alcanzado, y su voz
es una mueca que permanece; si su conciencia, sólo tiene el tizne de la llama
brotada; si en su existir de carne, únicamente un sentimiento que conoce, palpa
estos pasos en el misterio, mientras lo inerte habita en el resto.., ¿quién, es
el que anda?...¿Quién?...
¿Quién, en un principio esencias misma
de la música, prendióse primero en el hoy
del alma del hombre? ¿Quién, al caer abismos, murió en su vida y renació en su
muerte? ¿Quién, hallóse a sí mismo, reconocido en el alma de siempre?...Y,
¿quién, y por qué, se esenció en la música, se hizo igual al hombre, se mudó en
un alma, y se quedó en la muerte?
Y de todo esto, aquel que se sabe, se
siente y se duele hombre, no pregunta nada. Su ser de hoy, que ha sentido en un
golpe que no podrá seguirse, se hunde en sí mismo. Y en él, el anhelo,
confundiendo visiones del cuerpo, con quereres del alma, le muestra, a lo lejos
del mar, unas rocas; y una brisa, un sabor, un frescor, un olor, que a la playa
se lo llevan. Pero, para ir hay que avanzar; y para avanzar, un espacio; y para
el espacio, un tiempo; mas aquí, ni hay espacio, ni hay tiempo, ni hay.., ni
habrá.., llegar.
Enmudece el espíritu en el hombre.
Poco a poco, y apartándose de sus aristas de piedra, va filtrando su sed de
vida, en un débil hálito que deja manar en su dentro. Y la sangre, vuelve a
correr por sus venas; el aire, explota otra vez en su seno; la carne, eriza su piel por los vientos; mas, los ojos, si no viendo,
presintiendo, perdidos de esta quimera siguen llorando el desierto, siguen
clavados , dormidos, dejados, despiertos.., pero tan sabios y ciegos. Y una
oración, hija de aquel canto primero, vive aún esta visión que muere, musitada
y sin cortejo.
Resbalan las notas el encrespar de
las olas. Desgranadas en rosarios, palpan arroyos, malezas y fuentes; pero
siempre, encontrando el ser que nace para vivir su muerte. Y todo volviendo de
nuevo, y todo contando su suerte.
Es la letanía eterna; la vieja ley de
la mar, que en labios de olas y fuentes, murmullos son, mas sellados en piedra;
sonidos son, que en sones, al oído no suenan; y luces son, que imágenes, en los
ojos no vierten. Y siempre comienzan el
verso; siempre, renacen su muerte.
La paz, que pliega las aguas,
llevándole va con ella, adormeciéndole la mente. La voz, que manda el silencio,
sustrayéndole requiere. La mano, que la quietud mueve; presencia que la soledad
tiene; sorbiéndole va sus fuerzas, dejándole el corazón inerme; y éste se
desmorona en suspiros que cuando a su lado devienen, son retazos ya del mar;
del mar, que en hombre se vuelve.