T E
L S A
“Love is a many
splendored thing”. Telsa
no había visto la película que creó esta canción. Pero, cuando la escuchaba;
sentía un gozo tan hondo que –a pesar de no atender bien a lo que decía-
llegaba a vivir lo más intenso que nunca había sentido; pero tanto, que la aturdía. Y, después de un rato, en el que
no dejaba de tenerla en su mente, volvía a su rutina.
Telsa era arqueóloga. Había llegado a
los cuarenta; y la vida normal de una niña, de una joven y de una adulta,
había pasado casi desapercibida para
ella; y, ahora, trabajaba en Egipto; llenando el tiempo con sus colegas, sus
amores faraónicos, sus ocios rebuscando en las excavaciones, sus alegría
festejando los hallazgos –mientras preparaban la jornada siguiente -; y, nada
más. Sin embargo –a su modo- era feliz…y libre –algo que nunca había perdido-.
Pero; una humilde radiocasete, la
canción “El amor es algo maravilloso”, y un cantante que, a pesar de que casi
la estropeaba, la dejaba la dejaba con toda su fuerza; empezaron a cambiar los pequeños ocios en soledad de
Telsa.
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El aturdimiento que sentía era,
realmente, algo que la removía dentro y que nunca lo había notado claramente:
estudios continuados, compañeros adolescentes tan entregados al saber como Telsa,
distanciamientos sugeridos socialmente de todo lo que concernía a la sexualidad,
el matrimonio como un escape sin más, el afán de ser diferente, y el
tiempo…habían adormecido el deseo de
vivir “como la mujer que concibe la vida sólo con el hombre”…Todo la había
llevado a lo que ahora era y quería.
Pero la música – algo de ella- puede
remover tanto el interior que, lo aparentemente perdido salga y quiera lo que
es suyo: en Telsa la canción despertó la ilusión de amar y el gozo del amor.
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Telsa seguía con su trabajo y sus
ocios casi laborales; pero, cuando estaba sola, la canción era lo más atendido:
oírla una y otra vez, saber lo que decía, tararearla intensamente y abandonarse
hasta que su ser era lo que sentía, imaginaba y pensaba…En esos momentos,
llegaba a concebir que no había más que poder amar y ser amada.
Acabó –sin darse cuenta- tarareándola
en la excavación mientras extraía minuciosamente un resto óseo; y esto llamó la
atención de un compañero, aunque solamente la miró sin decirle nada, y,
menos reconvenirle por la distracción; dado
el carácter exigente y entregado al trabajo de ella.
Unos días después, Telsa – esta vez
sin cantar nada-, advirtió que algunos de sus compañeros –sólo había otra
arqueóloga y, en el momento, no estaba- la miraban canturreando –un tanto jocosamente-
la canción. Se dio cuenta de que era por ella; se molestó y dejó la excavación.
Pero, en la reunión vespertina del equipo; en una pausa hizo un aparte con la
otra arqueóloga –Sandra- y quiso saber más de la canción; porque conocía que
era de una película y temía que algo de la misma fuera inapropiado o vergonzoso
para una mujer. Así, acabó conociendo la
historia de “La colina del adiós”; que, de momento la dejó tranquila y poco
impresionada e interesada para querer verla.
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Durante unos días, no hubo nada ni en
la excavación ni en su cuarto que recordara la película o la canción; porque
Telsa, aunque no lo demostraba, estaba molesta hasta con ella misma. Así que,
esta vez en su vida, fue ella la que decidió cortar de raíz con estos
sentimientos; algo que, durante todo su pasado, nunca hizo porque no había
sentido nada parecido… Pero, la colina, la espera y la desaparición –lo más
extraño de la historia- no eran sentimentalismos, sino algo doloroso y cómico;
“como la muerte de Tutankamon”…Telsa acabó sonriendo.
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La excavación ocupaba una tan gran
extensión que; lugares bastante alejados entre sí, tiempos frecuentes trabajando
en solitario y relieves en las cercanías del Nilo casi ocultos a la vista de La
gente; permitían –en los momentos de descanso- meditar, o entregarse al influjo
del pasado, sin que nadie interrumpiera.
Telsa –en estas situaciones- había
dedicado esos tiempos a descansar y planificar su trabajo; pero, ahora estaba
cambiando: “un pasado ocultado que ella hacía emerger a la vida, miles de años
esperando y lugares tan solitarios como la colina”. De pronto, Telsa se dio
cuenta de lo que estaba asociando. Sin embargo, esta vez se limitó a no seguir
con ello y calmarse; pero después –sin saber el por qué- dejó que los
sentimientos y la imaginación afloraran:
“ Tutankamon”. El nombre del faraón
apareció en su mente, después un
silencio como si algo se vaciara, el nombre musitado como si fuera una invocación y, otra vez, el
silencio; aunque Telsa sintió que unos sonidos en su mente lo rompían. No hubo
más; aunque esa noche volvió a escuchar la canción cuando se encontraba sola.
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Después de este suceso Telsa no
sintió necesidad de hacer igual y dejar
libre los sentimientos y la imaginación. Sin embargo, en sus excavaciones –tan
atendidas como siempre- el nombre del faraón, sin más, le volvía repetidamente a su pensamiento,
mientras que –en sus retiros solitarios- eran la misma tierra, el aire y el
espacio los que parecían incitarla al silencio,
a sentirlos a ellos y a hacer algo.
Y al cabo de unos días, un deseo un
tanto vehemente y extraño, la llevó a recordar todo lo que tenía del faraón en
libros, apuntes, dibujos y reproducciones de objetos relacionados con él; por
lo que el descanso nocturno casi desapareció.
A otra persona diferente a ella, toda
esta actividad sobrevenida y, aparentemente- sin sentido, le habría ocasionado
un problema incluso psíquico; sin embargo, Telsa parecía tener una energía y
calma que le llegaba de algún lugar de
su mente, o de…no sabía qué.
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No pasaron muchos días; desde que el faraón,
la tierra, el aire y el mismo espacio
hicieron sentir a Telsa que tenía que hacer algo; hasta que ella tomó la
decisión de hacerlo: se recluyó en su tienda, no volvió a las excavaciones,
alegó que necesitaba ese descanso; y se dispuso a ello.
Nada
aparecía en su mente; pero Telsa notaba que era aquella la que guiaba lo que, ahora, debía hacer con lo que
se amontonaba en su mesa de trabajo; y que la energía que la movilizaba tenía
el impulso de lo telúrico y la vehemencia de un amor que, ahora, empezaba a
manifestar su fuerza.
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Desechó la dinastía del faraón, la
religión perseguida, la turbulencia de su tiempo, la política y sus manejos, las
guerras, las alianzas, las…; y sólo atendió al faraón niño, a su soledad, a su
debilidad enfermiza, a su muerte prematura y casi grotesca para los suyos. Y,
de toda la vida de Tutankamon, quedó una figura maltratada, desdichada y
–penosamente- hasta separado su enterramiento.
Telsa –nunca enamorada- creyó que lo
que estaba empezando a sentir por él-siempre había sido su fijación- era
amarlo: la misma sensación y la misma hondura que le llegaba al escuchar la
canción;… pero, no había gozo sino pena…por la
suerte del faraón, y, el aturdimiento, más que el despertar de algo, era
la confusión que le estaba causando todo esto.
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Sin embargo, no quiso dejar lo que
hacía y volver a su trabajo en la excavación. Pensó que debía esperar,
serenarse e intentar comprender lo que estaba sucediendo con ella; desde que
escuchaba la canción, conoció su historia y algo, en su mente y fuera, parecía
hablarle.
No tuvo paciencia para aguardad; y La
canción volvió a estar presente en su
tiempo. Y, la melodía la hacía sentir como antes; aunque su hondura, su
aturdimiento y su gozo; no al llevaban a pensar en Tutankamon; sino en una historia de amor entre un hombre y
una mujer y el dolor de la separación; aunque no era la suya.
De pronto, aquel algo de ella y fuera
trajeron de su recuerdo un nombre: Anjesenamon, esposa del faraón…Y Telsa –en
este trance-piensa que el recuerdo inesperado –como el de Tutankamon- es para
que haga lo mismo que hizo por él.
Pero, lo que sabe de Anjesenamon es
muy poco. Fue su hermana y después su esposa; eran dos jóvenes que se divertían
y amaban, más que gobernar; y él murió antes. Nuevamente, amor y separación
hasta de sus restos.
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Telsa tardó poco tiempo en entender que
ella no amaba a Tutankamon; y que fue una confusión pensarlo, dejándose llevar
por el tropel de sensaciones, sentimientos y, llamadas extrañas e inusitadas.
Pero, aunque no las comprendía – no podía-, sí
creía que debía hacer algo para reunirlos para siempre: -“ el amor puede
ser eterno; lo siento así, pero no lo concibo”-.
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Otra vez, Telsa quedó atrapada por sentimientos despertados por la canción,
pensamientos casi paranormales y frases lapidarias; y todo la podía llevar a alejarse de una vida
normal incluso en su trabajo. Pero no fue así; porque la arqueología –metódica,
calmada, rutinaria y, también entusiasta- la hacía ser todo eso, cuando
planificaba la resolución de un problema; que era lo que ahora tenía.
El no haberse encontrado la tumba de
Anjesenamon hacía inviable la idea más
lógica, aunque impensable su
realización; y lo que podía sustituirlo –si pensaba en ritos, uniones
simbólicas y supersticiones- lo veía una burla, una superstición, o un engaño.
Solamente –manteniendo respeto y sinceridad- le quedaba el invocar a ¿quién? y
pedir ¿qué?, dejarse llevar por lo que
parecía paranormal o patológico;…u olvidarse de todo.
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Pero; los nombres seguían en su mente, la sensación
en el desierto también, y, la excitación en su cuerpo para hacer algo, no la
dejaba.
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Telsa empezó a hiperactivarse: en su trabajo, en buscar
datos del posible enterramiento de la esposa del faraón, y en hacer catas –casi
en solitario- en lugares dejados de excavar en El Valle de los Reyes. Esto último
no pasó inadvertido por sus colegas; a Sandra le explicó que quería buscar la
tumba, sin más; y a los arqueólogos responsables, solamente les pidió
autorización para aquello.
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Su trabajo –cuando la sobreexcitación empezó a desaparecer- acabó
siendo como era en su rutina y sus pequeños hallazgos; los datos de Anjesenamon
no aportaban nada nuevo para aquella; y las catas –en lugares casi expoliados-
tampoco. Y Telsa fue calmándose, quizás por el agotamiento sobrevenido; a la
vez que en su mente no quedaba nada extraño y el desierto – en las zonas que ya
no excavaba- sólo era un lugar que sosegaba la vida.
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Pero, todo –hasta su interés por la
arqueología- se estaba yendo de su mente y de su cuerpo, y Telsa se estaba
vaciando de cualquier deseo que la hiciera sentirse o parecer viva; sólo quería
descansar .Trató de renunciar a su trabajo; pero, al no aceptar la dirección
una decisión tan drástica y -según ellos- precipitada; le ofreció quedarse, reposar
y no hacer nada durante un tiempo; y Telsa lo aceptó.
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Muy
pocos días tardó en volver a caer. Esta vez, su mente- tan clara y precisa
no hacía mucho- la había llevado a pensar que el no hacer, el estar sola y el
desierto le traerían la paz que necesitaba, para salir del atolladero que la había
vuelto alguien casi deshauciado de la vida. Pero el lugar, la dejadez y la
soledad no le darían más que el descanso del cuerpo y de la mente; mientras que
en su más dentro –aquello que le había hablado - seguiría en ella,
entonces sin nada que pudiera silenciarlo.
Telsa, en este momento, sólo
había pensado en encontrar tranquilidad; y, por ello, empezó su terapia.
Al principio de su retiro – tardes en
el lugar- no oyó ni sintió algo como lo
de antes. Sin embargo, iba cambiando lenta y firmemente: mañanas y tardes,
silencios y esperas sin saber, canción metida en su mente, su historia cada vez
más vívida para ella, cansancio vuelto el bienestar del reposo, energía sobrevenida
que no la enervaba,…y pensares surgidos que se iban haciendo suyos y claros.
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Telsa, en pocos días más pareció desdoblada: cuando caía
la tarde y volvía a la vivienda, su quehacer, su trato y su carácter eran los de una persona descansada, recuperada y
alegre, al decir de sus compañeros; cuando estaba en el desierto, su cuerpo era
un vacío de vitalidad, pero su mente y su espíritu no se aquietaban; porque el
pensar, el sentir y el recordar no
cesaban de fluir de uno a otro; después de silencios y esperas.
A Telsa, le llegó una tarde en la que
los pensamientos sobrevenidos parecían centrarse sólo en la historia de la
mujer, la colina , la espera y un reencuentro –extraño porque no sucedió-. No
los entendió, a pesar de que eran suyos –de su mente y de su espíritu-,y, dejó
de pensar en ello; para después –como hacía cada tarde- retornar a la vivienda.
El anochecer –aunque ésta no estaba
lejos- llegó demasiado pronto; algo extraño;
como su cansancio, su repentino deseo de dormir y su sentarse en el
suelo. De lejos, se vio una mujer dormida, sentada sobre la pared de la entrada
de una excavación –una de las catas de Telsa-.
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“El desierto –el Valle de los Reyes”
y Telsa. Pero no habían en él rastros delo que había sido tiempos atrás, ni de
lo que era ahora, sino una llanura extendida, desierta y endurecida por la
sequedad; y ella, sin embargo, parecías la misma de aquella mañana;
desconcertada y temerosa pero expectante. Al poco, lentamente, el lugar se fue
abriendo surgiendo huecos en el suelo que no habían sido excavados; salvo uno
en el que Telsa había hecho su última cata.
Telsa- a pesar de esta rareza, intentó
comprender lo que ocurría, porque ya un hecho paranormal no le causaba ni temor
ni extrañeza y los sentía emerger desde su más dentro- su espíritu-.Presintió
que algo –o alguien inesperado- iba a aparecer; pero no fue así. Después,
Telsa, se hizo tan extraña como lo que le rodeaba.
Sonidos expelidos por los huecos,
cavernosos y esparcidos sin que se mezclaran; que le hicieron sentirse igual
que cuando el desierto, el aire y la misma tierra parecían incitarla; pero,
ahora, eran voces humanas, aunque sonaban desde otro mundo.
Telsa, casi en trance, podía
reconocer lo que decían. Eran nombres egipcios que ella conocía: Akenaton,
Nefertitis, Meritaton…; todos emparentados con la dinastía que, en su momento y
después, fue odiada por su propio pueblo…De pronto, todas callaron sus nombres,
invocaron a Tutankamon, y, en el
desierto sonó el de éste y el de Anjesenamon; llenándolo todo, repetidas veces ,y, sin que emergieran de
alguna oquedad; luego la cata que Telsa había estado excavando se hundió en sí
misma, se hizo el silencio; y el desierto volvió a ser lo que era ahora,
reapareciendo sus excavaciones. Pero, la sensación de ella volvió a llenarse de
la presencia del faraón –ahora, en la misma tierra, fuera de lo que fue su
tumba – y de la ausencia de su esposa”.
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Después de aquel sueño, la vida de
Telsa cambió; aunque nadie supo ver más
que aquello que resultaba extraño e incomprensible: continuó como arqueóloga en
diferentes excavaciones pero siempre volvía a Egipto sin hacerlo allí; compró
una concesión que a nadie le interesaba y en ella pasaba el tiempo como si
fuera un lugar de descanso; aparentemente,
frecuentaba lugares de culto politeísta, casi perseguidos en Egipto; su
vida social era inexistente, aunque había estado casada,
siempre con egipcios; y, los que la conocían
más la veían feliz y sosegada, pero imposible de comprender cómo era y por qué
hacía lo que hacía.
Realmente, Telsa sólo esperaba a
Anjesenamon: Ella no podía, ni le permitían, excavar sola; la tumba de la
esposa de Tutankamon estaba en aquella cata que –sin nada externo- conocía
fuera de sus sentidos; mientras llegaba el tiempo de buscar ayudada por un
equipo que aceptara las paranormalidades y su convicción, la protegía de
cualquier intervención;y…y Tutankamon y Anjesenamon podían aguardar un
reencuentro que solamente necesitaban los suyos, porque ellos ya se gozaban en
la eternidad.