E N L O
R E M O T O D E L M A R
Siento el mar; en la orilla, en
el horizonte, en su otra cercanía, y, en
su lejanía a la vida; pero esas sensaciones, que un día empezaron a aparecer en mí y que desde entonces las
busco para saber de qué hablan; no son –lo sé con certeza- metáforas
embellecidas referidas a mi estado vital – a sus penares y pesares- para
ocultarlo, eludirlo y aceptarlo autocompasivamente…Son lo que me dice el mar.
Me acerco a la orilla; siento su
frescor, su salobridad, su vaivén, su entrechocar; pero lo que me entraña es que
aquí llega un rumor del mar que – sin decirme nada- me llena de un sentir hondo, extraño y anhelante.
El horizonte sólo me dice que tras él
hay –solamente- un vivir tal como el de aquí; pero el mar ajeno a la vida - -en
mi sensación- es el lugar que, en su hondura- su abismo y sus aguas, nace el
sentir primero y existe aquello que me llama.
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Estoy en la orilla. Desde ella adentro
mi mirada hasta llegar al horizonte, atravesando el mar; y nada del rumor en
las primeas aguas siento que empiece en esta cercanía o en aquella lejanía;
pero algo me lleva, como siempre, al remoto mar ajeno y ensimismado.
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Me hundo en él. No hay olas que alteren
su quietud, sino un vaivén que mece mi cuerpo; no hay agua salada que amargue
mi piel, sino un fluir líquido que se adentra y sale de mí; y no hay resto de la luz que hagan destellar colores,
sino una neblina incolora que parece llenarlo todo. Y en este mar no parece
haber vida.
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Otras veces he llegado al mismo mar
y me he hundido en él; pero no me he dejado llevar por la quietud, el estar, el
no hacer y el casi desaparecer de antes, que sólo semejan una manera de ni vivir
ni morir; sino que me he sumergido, he buscado, he visto y he hallado; he
sentido el fluir salino y diluyente; la quietud, la calma, la serenidad…pero,
al final, dejar de ser para ser agua;…siempre el mismo morir, el mismo
desvivir, quizás ¿eso es el ser?...
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Nunca lo que encuentro tiene la
fuerza, la hondura y la certeza que aparecen en mis sensaciones, cuando entro
en el extraño mar, que desde la orilla siento que tira de mí.
Algo de esas aguas hace que algo mío –extraño
al cuerpo, al cerebro- a la mente; pero no a lo que está más allá de ellos, y,
no es del vivir- llegue a ese mar y sienta lo que nunca he sentido:
Pena entrañada que encoge al corazón
al cuerpo y casi detiene el vivir; amargura entristecida, desvalida y hundida en el no poder; y un recuerdo de algo tenido fuera de la ida;
que recorre la nostalgia, la alegría y el ensueño de un gozar que no entra en
su mente, ahora, apartada…
… Después, cuando trato de llegar
a ese algo que está en el mar, el algo
de mí que ha sentido, sólo me lleva a la quietud de dejar de ser o al mudar
para ser agua.
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No sé cómo, por qué, quién o qué en
mí lo ha causado; pero empiezo a ser agua, y lo siente todo mi ser: en mi
cuerpo, mi cerebro, mi mente y mi algo, que han dejado las limitaciones que no aceptan lo absurdo o
lo ignorado, y, se adentran en el mar; ahora, un mar que no es de la tierra,
aunque comience en ella.
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Se hunden sus aguas -cada vez más densas,
más vacías de los últimos restos de vida y más profundas- en un abismo, que
parece separarlas del lugar de su existencia para continuar en un espacio, ya,
vacío de ellas.
La superficie del mar que se hunde se
extiende sin cesar, abarcando una inmensidad que deja de ser agua cuando
desaparece en el mismo espacio…
…Y el mar ya no es sino una nada del
que existía, pero el espacio que ha
surgido no es la nada.
No hay en él sino la quietud de la no existencia, el vacío
de una inmensidad, que sólo es ser para aquel algo más allá de la vida; porque
el resto ya inerte del cuerpo y la
huella casi deshecha de la mente; sólo sienten y conocen una nada.