L A T O R M E N T A
Estalló la tormenta. Después desapareció; pero todo había cambiado. El aire soplaba sin sonido humano, como un chirriar que dejaba abrirse los vacíos. Arrastraba el polvo de los seres; dispersándoles, con la violencia de un sacudirse sin contemplaciones, el ensueño que arropaba y confortaba la existencia: se mostraban desnudo sus jirones, clamando al cielo. Y en el paisaje conturbado, la vida pegada al tiempo, pasaba aislada, rápida; como un eco lejano de voces, que parecía no darse cuenta, en su inconsciencia temeraria, de lo que estaba sucediendo.
Ni la piedra, ni la tierra, ni la montaña estaban seguras. No habían relaciones entre ellas; la más fuerte podría aplastar a la débil; ninguna sustentaba a la otra; todas, estaban a merced de saltar lanzadas, por cualquier fuerza que quisiera manifestarse.
El musgo, la hierba y los árboles, parecían perder su aliento de vida, arrojado y azotado, en la costra de la tierra que también se rebelaba. Y todas las corrientes de agua, apresuraban su escapada: los cauces resecándose; los saltos cada vez más frecuentes; el ritmo violento y anárquico; el arrollar, cruel y sin sentido; el irrumpir de unas en otras, llevando el abandono, la destrucción y la muerte.
Por todas partes sucedía igual. Y en ellas, faltaba cualquier resto, animal y humano: asustados, unos por no ser más que instintos y otros, por superarlos hasta desconocerse; habían huídos.
Al final, la tormenta, completamente deshecha, fue absorbida por el mundo. La calma, pasados los días, volvería a llegar.
Mientras tanto, las casas se cerraban en los pueblos. El quehacer, fuera de ellas, se recortó en lo posible: se hizo tenso, irascible, desconfiado; cada hombre miraba a los demás, y deseaba aparecer en su hogar.
Aquel día, fue también disipándose en el existir cotidiano; pero el sentir quedó en todos: cuando llegó la noche, la lumbre estaba encendida; el vino, caliente y generoso; la comida, abundante y adornada; los juegos y charlas de los pequeños y mayores, alargándose en las horas. Pocos, muy pocos, se quedaron en el ocio; y muchos, casi todos, tantearon entre las ropas la tibieza de algún cuerpo.