S U E Ñ O S
“El hombre sale del comercio en que ha finalizado sus compras; baja la
acera y en la calle, mientras está pensando en su
próxima gestión, lo siente.
Una
sensación de desasosiego y hostilidad, es la que algo de fuera le ha
despertado. Mira, buscando qué; aunque ya le viene el recuerdo. Otro hombre,
que sencillamente se ha detenido un instante, le devuelve una mirada que
también lo reconoce.
Nadie más, en este momento, parece notar el
encuentro. Las afueras de la ciudad -el residuo de cosas y
personas que ésta abandona,- son lo único que hay; al menos, para el primer hombre.
Las
escasas viviendas casi enchaboladas, los jardines polvorientos y enmalezados de
hierba, y los restos del mobiliario urbano, inservibles o en ruina; le dejan
solo con su malestar. Hay otras personas, voces deambulantes, gritos y juegos
de niños; pero son del otro, de su mundo, de lo que teme; y todos están con él
aunque no se hayan detenido para mirar.
El
recuerdo es indefinido, enmarañado, lejano y hundido en su vida; pero el temor
que lo acompaña está en todo él; y el presagio es tan cierto como un presente.
El otro hombre lo desprecia, tanto como lo haría a una alimaña; y no dudaría en
acabar con él o dejar que otros lo hicieran, sin miramientos ni mala
conciencia. Además, no estaría solo; los demás los que son como él- podrían
hacer igual cualesquiera de ellos…
Ya se ha
ido; ha desaparecido tal como aparece. Basta un lugar como éste, al que sólo
acude por estricta necesidad o buscando algo sin atender al camino; para que
alguno de aquellos se cruce con él y se reconozcan.
Todo sucederá en un instante,
pero su sufrimiento y su miedo no se irán en ese tiempo. Lo amargarán en días
y, después, una mañana amanecerá sin ellos; aunque sabe que sólo se ocultan y
esperan.
Este recuerdo que salta en su
interior primero lo lleva a su niñez. Una familia bien en un barrio de pobres
que iban subsistiendo en la posguerra…
Casi nada
más; pero después de esta imagen llegan esas sensaciones del miedo y del odio
que acabará algún día con él; y ve a las personas que lo harán, y, que ha ido
encontrando a lo largo de su vida, siempre parecidas a ese hombre.”
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Se despierta y
el sueño -la pesadilla- que estaba
teniendo no se ha ido, aunque no importa mucho; porque ha sido tantas veces
repetido, reelaborado en el transcurso del mismo y repensado durante el día,
que ya lo recuerde o no- es un
hecho de su vida real, imaginado o presentido que se manifiesta en sus sueños y
permanece en sus vigilias.
Ha soñado con lugares de
ciudades en las que vivió tan precariamente como aquellos, y,
circunstancialmente, compartiendo reveses, esperas, búsquedas, resignaciones y
apatías; sin que nada malo le haya sucedido ocasionado por ellos; aunque, en
sus sueños vuelven como siempre.
“Supongo
que es Madrid; cerca de las zonas céntricas y emblemáticas de la ciudad. El
hombre, desde algún lugar - un pueblo cercano o las
afueras de aquella- conduce su coche hacia la gran avenida que llega al centro.
La carretera está claramente a la vista y no tiene pérdida el llegar a ella;
pero algo le sucede. Contratiempos en la circulación -calles estrechas, contramanos, recovecos y obstáculos-le
dificultan el acceder a aquella, y, el nerviosismo-acrecentado porque parece
estar atrapado en una barriada obrera- acaba transformado en el miedo de
siempre, a pesar de la nimiedad del suceso.
De alguna forma -que ahora no recuerda, aunque sí que en ese tiempo estuvo
inmerso en un caos de conciencia- consiguió escapar de
allí, alcanzar la avenida y
no sabe más; ignora si el
sueño siguió -o se truncó- en los
laberintos de la mente…
Después -a veces, en otros sueños- vuelve al mismo lugar en que
se extravió; pero el hombre está cambiado. Está avejentado; trajeado como un
señor, aunque circulando en bicicleta; y torpe en el manejo de la misma.
Además, las calles de la barriada empedradas,
de tierra y, continuamente, en descenso- son, de por sí, obstáculos que
presagian la caída. No faltan tampoco los hombres, las mujeres y los niños que,
transitando a su aire por las mismas, hacen accidentado el camino del hombre.
Se siente presa del mayor
desvalimiento; porque espera acabar tropezando, cayendo y siendo la burla de
todos. Y sigue palpando el mismo odio, aunque aún más intenso e inhumano; pues
si algo le ocurriera le dejarían tirado como un perro, sin la menor ayuda y
mientras, impasiblemente, lo estaban mirando”
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El recuerdo: “El niño bien merienda, el niño mal se la quita, el niño
bien protesta, el niño mal se ríe, el niño bien trata de recuperarla, el niño
mal lo impide, alguien restablece las cosas;
rabia,
coraje, impotencia, conformidad, desvalimiento y miedo,” Hay recuerdos
similares a lo largo de la infancia; y, no todos son sucesos de chiquilladas
sin mayor trascendencia; aunque siempre, por pequeñas que fueran, se hundieron
en el niño bien.
Otros recuerdos; sin sueños.
(Cuando el niño bien vivía en el barrio bien): “Casi todos
los demás sabían jugar al futbol, se enzarzaban en peleas por nimiedades, les
encantaba hacer travesuras y buscar retos, hacían poco caso de la gente y no
escarmentaban...; él, no; no era así, era diferente y raro.
El niño bien -en el instituto- atendía, estudiaba, hacía sus tareas,
sobresalía, aprobaba y era ejemplar…
Los otros _la mayoría- no disfrutaban, sino que estaban obligados;
cumplían más o menos y, cuando podían, se despreocupaban de las clases…
El niño bien no era,
precisamente, un modelo para ellos. No les gustaba, no le acompañaban, no lo
entendían; les caía, en el fondo, mal; algunos se burlaban, casi lo acosaban y
le hubieran…
; porque su imagen era de
sentirse superior, de mirarlos por encima del
hombro, y de, en ocasiones, “”no ponerse
de parte de ellos” cuando surgían problemas con “las personas mayores”; y, peor
aún, siempre, ser cobarde.
El adulto -que llegó a ser- integró todo lo que había sido; lo
armonizó, suavizó y socializó para su relación con los demás; y creó una
personalidad externamente firme y reconocida - admirada por unos y detestada o
ninguneada por otros- que se tuvo que aceptar incluso,
por él mismo- para afrontar el vivir”.
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Sueños que fueron hechos
que le sucedieron a la gente; quizás, modificados por nuestro hombre al
conocerlos y al recordarlos; y que vivió como personales -guiados por la imaginación-, por lo que acababan con la
misma fuerza de realidad del ensueño, aunque su trama fuera una posibilidad
real.
“Aquel hombre -nuestro hombre-no tenía que
dormirse, soñarlos y revivirlos. Lo sentía, a veces, en el mismo momento en que
los tenía delante y él estaba bien despierto.
El hombre-que iba realmente a
vivirlos-no tenía por qué ser un infeliz, y el suceso tampoco era necesario que
acabara mal; pero en su esencia siempre había alguien que sufría -o podía sufrir- un daño cruel y bestial. Y tenía que
soportarlo, impedirlo para otra persona o vengarse; aunque fuera inhumano o
perdiera la vida.
Nuestro hombre -presa de un impulso- de pronto se encontraba viviendo lo
que el otro; aunque, casi, más angustiado que él. Si éste se enfrentaba al
dolor, era la idea de no ser capaz de hacerlo y acabar como un cobarde frente a
todos, la que lo atenazaba y llenaba de temor; y si no evitaba -por miedo- que dañaran a una persona querida, su
sentimiento final era más insoportable porque, además del temor y la angustia,
el desprecio de todos -sobre todo el de ella- lo
hacía indigno para vivir.”
Los hechos-sin ser verdaderos
sueños- acababan en la mente de nuestro hombre, y, sus recuerdos causaban la
misma excitación que aquellos; porque en su vida real podían darse situaciones
parecidas a las vividas como un extraño espectador.
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Un día, nuestro
hombre se encontró reunido con gente que estaba donde él por algún motivo que
desconocía, en ese momento. Solo, despistado y un poco intranquilo se movía
entre aquellas personas, buscando un algo para ayudarle a saber qué hacer
La gente parecía no reparar en él, salvo para dejarle
paso y mirarlo un tanto extrañada; aunque después observaban y comentaban, o,
al menos, esa era la sensación que nuestro hombre tenía.
Acabó sentado en un solitario
banco descansando de su propia excitación, y, alejado del grupo de
desconocidos. Su mente estaba a oscuras, como si no le llegara nada de fuera o
no tuviera capacidad de entender; sólo algo de ella trataba de inquirir lo que
veían sus ojos, pero no había respuesta de aquella; mientras que su cuerpo
estaba tenso, receloso y recorrido por sensaciones que lo mantenían inquieto.
La mente en ese estado de
letargo, la lejanía del ruido del grupo y el tiempo transcurrido sin
sobresaltos, consiguieron disipar la tensión del cuerpo; y nuestro hombre se
quedó pronto adormilado.
Despertó y se reencontró con
aquella gente; aunque él recordaba poco de antes y tampoco sabía qué lo había
traído aquí. Pero, esta vez, su memoria y su mente parecían tan vivas como de
ordinario.
Había una gran reunión -hombres, mujeres y, quizás, personal que deambulaba y los
atendía-no muy lejos de donde estaba sentado. Parecía que hacían tiempo para
algo, y, todos -en pequeños grupos-
charlaban animadamente, con muestras de confianza entre ellos y -aparentemente- esperando algún hecho de importancia.
Nuestro hombre no veía a
alguien conocido -seguía ignorando su
presencia aquí- y se quedó observando lo que tenía delante.
Eran las afueras de una ciudad
-muy cerca se veía el contorno iluminado de la misma-; una explanada alumbrada
con lo que parecían luces de feria, escondiendo la oscuridad que reinaba fuera.
Dentro, al fondo del grupo, silueteaban -apagadas-
algunas pocas atracciones y puestos ambulantes diversos. Sin embargo, quedaba
uno en servicio que atendía a la misma reunión.
Todo resultaba extraño, aunque
podía haber sido una noche peculiar de fiesta; pero él allí, sin saber nada de
porqué estaba; aquella gente, tan alejada en su comportamiento de una velada
típica de feria; y, además, una sensación del lugar, como algo fuera del
tiempo;…
todo le estaba abrumando
cada vez más...; así, que decidió irse, se levantó y echó a andar.
Tenía que atravesar el grupo y
éste comenzó a abrirse y a mirarlo, mientras pasaba…
De pronto, una idea apareció en su conciencia: le estaban
esperando a él
; y, quizás, desde que llegó
-se encontró- en el lugar. Por eso, aquella gente no
hacía nada particular en la reunión; solamente aguardaba a que se produjera su
intento de irse de allí; como si supiera de qué manera iba a comportarse.
Nuestro hombre empezó a sentir
un extraño miedo. El sitio no era ajeno a su temor: Un recinto de feria -en realidad, una atracción ferial, jóvenes pasándoselo
bien con sus parejas, alguna que otra bebida y un alumbrado multicolor- tenía
en sus recuerdos uno de sus más amargos dolores, cuando empezaba a ser adulto.
En aquellas ocasiones, ellos y ellas disfrutaban plenamente de su juventud;
mientras él solamente deseaba, envidiaba, miraba y se entristecía, sin
atreverse a nada. Sin embargo, algunas veces, un arrebato de coraje, una mirada
hostil o un empujón a alguien -casi sin querer- le había
llevado a una pelea; en la que el final era previsible: conformidad, cobardía y
burla.
Estos recuerdos le saltaron a
la mente a la vez que empezaba a comprender la situación; pero, ahora, era otro
tiempo; aunque parecía que el pasado se hacía presente.
No era, exactamente, así…
Sus pasos se habían ido acortando -a la vez que sus cavilaciones crecían- hasta que nuestro
hombre finalmente se detuvo. Se sentía atrapado en algo que aún no terminaba de
comprender y que lo estaba angustiando; aunque no podía impedir que siguiera,
porque su mente se había quedado a merced de aquello y en medio del tiempo.
Aquello se hizo más visible.
Seguía sin reconocer a la gente, pero ésta sí sabía algo suyo y lo que iba a
suceder; y, en sus caras contraídas, un gesto forzadamente endurecido e
impasible, se lo estaba revelando.
Él, quieto en el sitio, empezó
a mirarlos uno a uno. Pedía saber, ayuda, ¿comprensión?; no sabía qué, pero
tenía que hacerlo…
Nadie respondía a su mirada…
; de pronto, algo le hizo volverla atrás y, lentamente,
reconoció un rostro.
Era de alguien amigo, incluso
querido; y ser alegró olvidando en un instante lo que había a su alrededor. No
tuvo tiempo de acercarse, porque desde otro punto entre la gente, otra cara que
pudo reconocer;
y otra, y otra, y otra…
En unos momentos el lugar se llenó de rostros recordados -algunos desde la niñez-;…
hasta
aquellos que no irrumpieron en su mirada, ahora le resultaban familiares.
Aquel profesor -“Señor Frajedas”- que lo tuvo como alumno ejemplar; colegas casi
recientes que parecían valorarlo; -“Presquillo”…
”¿qué hace aquí?”-. Un miedo hondo y antiguo le oprimió el pecho…
y ya no siguió estando igual, porque el último anuló su
renacida alegría y su entereza…
; pero recordó en aquellas
caras, que vio casi sin mirar después, momentos tristes y felices de su vida;
aunque los últimos ya no importaban para sentirse mejor.
Habían reaparecido en su presente amigos,
compañeros, amores; y aquellos -de rostros vagamente
familiares, pero ciertos- que estuvieron a su alrededor -sin que existiera relación real con ellos-en los lugares
en los que había vivido…
… Nada
cambió durante un tiempo. Después, el lugar entero se movió y empezó a vivir.
El recinto ferial se animó: los puestos ambulantes, las atracciones, la gente,
los sonidos, el ajetreo y el bullicio; todo se echó a andar.
Él -fuera de este momento inesperado, y fuera de ellos…
lo dejaron solo-no reaccionaba ante esto que lo paralizó;
hasta que su mente se recobró y se encontró con el presente metido en el pasado
o el pasado…
; daba igual. Aquellas
personas mutaban sus rostros en los dos tiempos; pero se comportaban entre
ellos y con él igual que antes; como si las de ayer y las de hoy siempre
hubieran deseado hacerlo así.
Ahora no era gente de barriada
y gente bien, incultos e intelectuales, familiares y extraños, colegas y
amigos;…era gente que se divertía, amaba, bebía y jugaba; y lo hacía sin
tibiezas, con descaro, insolentemente y -era su
sensación- burlándose de su encubierta cobardía. Ahora no había diferencias
entre ellos en lo que, en el fondo, pensaban de él: todos se mostraban como
aquella gente que desde siempre lo había despreciado; y que el odio -gente bien, gente pobre- la llevaba a hacérselo ver,
mientras que a la otra, antes, algo se lo impedía, pero no, ahora, que nada
suyo importaba.
…Nuestro
hombre se había ido acercando a la atracción. Casualmente -aunque ya no lo creía así- era como la de su juventud.
Una vulgar pista de cocheschoque en la que pasaban el tiempo ellos y ellas por ser la única que mantenía su excitación- jugando a
ser adultos.
Esta vez la ocupaban los otros.
De lejos, lo que sucedía era como el recuerdo que guardaba dentro; triste y
penoso, aunque empatinado por el tiempo y, por ello, suavizado y melancólico.
De cerca -como se encontraba ya- era
algo brutal, despiadado e inhumano; porque antes la burla no era la intención
de los que se divertían-solamente lo pasaban bien, y él lo pasaba mal-;pero,
ahora, sentía que la única razón de esta farsa era hacerle daño; dejarlo negado
para vivir, al menos, como ellos,
como un
hombre…
…Los
jadeos, el ruído de los golpes, los sonidos entremezclados aislaban la pista
del resto del recinto, y la volvían pesada como una piedra que pudiera
aplastarlo a él…
…
Cuando se dio la vuelta y empezó a abandonar el recinto,
aquella mole la sintió correr detrás suya, seguido por el griterío -coreado entre todos- con el que parecía azuzarla en su
contra.
Echó a correr y continuó
haciéndolo -huyendo de su jauría- hasta
que no pudo más.
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Hechos: Fue el último sueño de
nuestro hombre.
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Hechos:”Era buena gente. Tenía sus cosas, como todos. Y un poco
creído; pero cuando había que echar una mano, terminaba haciéndolo. Y lo mismo
que, a veces, ni se inmutaba, otras…
Me acuerdo
de aquel arranque contra…
Me callo, me callo;
porque con tanta gente cerca y la iglesia tan llena…”