jueves, 21 de diciembre de 2017

ALGO



                                             A L G O

                       El hombre va andando por la calle. Llega a la esquina del cruce con otra, la sobrepasa, mira al fondo; y, en el grupo de personas que transitan por la paralela, una de ellas fija su atención.
      Hay algo raro en ésta –más allá de su altura, su ropa sucia, su expresión despistada y la mirada que le devuelve- que le hace verlo como alguien que, de pronto, ha aparecido en este lugar; pero que  no es de aquí. Y este “no es de aquí” es lo que ha sobrecogido al hombre que lo ha visto; porque lo ha sentido fuera del mundo.
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          Ha  pasado un buen rato. La calle –la paralela- está más concurrida que antes. Gente diversa discurre por sus aceras, entrecruzando sus caminos, sin, casi, detenerse ,y, toda con parecido apresuramiento,…pero no pasa nada extraño; sólo es la hora de marchar a casa hasta el día siguiente, después del cierre comercial…
     …Antes de que los últimos transeúntes despueblen las aceras  y los coches dejen de circular continuamente; el hombre –que iba andando por la calle- se ve, también, transitando entre la gente; pero no como ella. Más que andar, se mueve como si buscara algo y tuviera que sortear  lo que le impide verlo. Está agitado, inquieto y visiblemente contrariado; y, a veces, cuando se detiene parece dudar de lo que está haciendo,pero, no puede dejarlo; porque desde que vio –y se miraron- al otro, algo de los dos lo está impulsando a seguirlo.
     Llega –como antes- a una esquina y lo vuelve a ver. Se repone, algo aliviado, al tenerlo cerca sin perderlo y se queda mirándolo, como si entendiera su confusión. Está un poco alejado de la acera, por la que aún camina la poca gente que queda, y  parece apartarse con miedo  de ser empujado; y así –esquivando, dando traspiés y tambaleándose- acaba apoyado en una pared…para , después, dejarse caer al suelo.
     La gente que pasa a su lado no da muestras de verlo aunque mire hacia él; y éste  sólo parece sentir las presencias que pueden ocupar su espacio –y se aparta-, porque sus ojos vagan extraviados e inertes; sin ver.    
     -“Nadie va a tropezar con él,y, él no va a tropezar con nadie; pero los dos van a notar la frialdad del vacío al cruzarse”-. Para el otro hombre –que está diciéndose esto, casi sin tener tiempo para reflexionarlo-algo se está volviendo evidente, y es…que aquel no es de este mundo.
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           La noche, en las afueras de la ciudad, está abatiéndose en todo lo que allí vive… Al caer el atardecer la claridad se iba perdiendo en las sombras; aunque la tierra, los árboles y las pequeñas casas dispersas en el campo, todavía conservaban la fuerza, la belleza y la alegría de la vida;…y, ahora, sólo les llegaba el descanso sereno y la espera…
     …Pero ya, la noche ha caído; y nada que esté bajo ella es acogedor. Solamente hay la negrura, el vacío, el silencio, la soledad y frío…;  sólo eso  son las afueras.
      La sombra del hombre – la única que todavía se mueve en la intemperie – penetra en un lugar recóndito y enmalezado – abierto en la tierra-, después de quitar la piedra que lo malcubría. Es una oquedad en la que un cuerpo  no soportaría la dureza, la humedad y la frialdad del suelo; pero él sí entra…Al rato, el lugar queda tan en silencio como el de la noche…
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               Antes de  llegar a las afueras de la ciudad, él había deambulado tras la gente –que acababa desapareciendo en sus casas-, había recorrido calles y calles  casi vacías siguiendo unos pasos, se había detenido en cualquier sitio como si lo hubieran parado; y, después, otra vez, y otra vez, y otra…había vuelto a empezar este ajetreo sin sentido.
     Sólo, cuando –ya anocheciendo- su camino lo llevó fuera de la ciudad, y,  sintió la presencia del campo, el hombre pareció salir de su apatía y se dirigió hacia este lugar.
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          El cuerpo yace  en el suelo duro, húmedo y frío de la oquedad abierta  en la tierra. Está muerto, rígido como una piedra, y, tan vac ío por dentro y por fuera de cualquier asomo de vida, como aquella misma. Y dentro del hueco no hay nada que se mueva –ni siquiera un ruído- que rompa la quietud-o el silencio-. Sin embargo, algo del hombre no está enteramente muerto y pervive sin su mundo.
     La memoria no había cesado  después de morir. Sus recuerdos empezaron a recorrer toda su vida hasta el último momento; pero, entonces, volvieron hacia atrás, recomenzaron, llegaron y –aceleradamente- repitieron y repitieron todo; convirtiéndolo en una sacudida para algo del hombre; algo que el escaso tiempo  transcurrido todavía  no había apagado los recuerdos.
    Éstos, poco a poco, abandonaron el camino del pasado y parecieron ser del presente. Un presente que aún seguía ocurriendo en la memoria; en una escena confusa y atropellada, tan llena de dolor y angustia, que acabó reavivando a ese algo, aunque fuera de su mundo. Después, desde el interior más escondido de la mente, se desencadenó lo que hizo regresar al hombre.
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          Aquel otro –el que iba andando por la calle- lleva días sin salir de su casa y, aunque no ha vuelto a verlo, no se le va de la cabeza. Haga lo que haga –desde lo más rutinario a lo menos habitual- la imagen de ese hombre salta en su mente y se queda fija casi impidiéndole atender otra cosa; pero no le muestra nada más, a pesar de esforzarse en comprenderla; sólo que es de alguien fuera de este mundo, que lo sobrecoge angustiosamente y que quiere algo de él…
     …Fuera –igual que los demás días- deambula el otro. El mismo recorrido tras la gente, las mismas calles, las mismas paradas de repente;…el mismo ajetreo sin aparente sentido.
     El cuerpo –alto, desgarbado y suciamente cubierto- no lo ve nadie, ni siquiera él mismo; solamente existe –como era cuando se vio por última vez-para que el algo de la mente lo mueva entre los vivos, sin que éstos lo sientan; más que como un escalofrío al pasar a su lado.
     Y aquello ya no es un algo que tan sólo recuerda, sino un algo que sigue vivo en un presente inacabado y doloroso, que no quiere que suceda... Por eso en su mente se ha desencadenado el regreso; pero a un mundo que ya no es el suyo, y, en el que se siente perdido y solo…
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           En él, la memoria –después del retorno- ha olvidado  lo que pasó tras la muerte; y de ésta sólo tiene la sensación de que se está yendo de la vida.
     …No repara en las calles que –casi por azar- se encuentra, sino en las que fueron suyas; y el aturdimiento y la torpeza de sus pasos  lo pueden llevar a cualquier sitio; hasta, a veces, delante de su casa u otro lugar tan familiar como ésta. Por eso, en ocasiones, se queda parado repentinamente porque algo lo ha atraído; aunque no hace sino sentir su presencia, detenerse como si esperara y seguir andando.
     Lo mismo sucede cuando es la mirada de alguno, la que le suscita una presencia que ha sido algo suya; porque, tampoco, aquel puede verlo.
     …Sigue deambulando perdido y solo en este mundo del que ya se ha ido. Pero una vez –tan sólo una- sus ojos vieron otros ojos, las miradas se cruzaron y alguien lo encontró; aunque únicamente sintió esto.
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          El hombre ha salido de casa. Cree que está huyendo de ella, porque el recuerdo del otro, casi incesante, no lo deja vivir; pero es su mente torturada la que lo impulsa a hacerlo para volverlo a ver y saber lo que quiere…
     …Lo ha visto muy de lejos y va a buscarlo. Su agitación hace que corra detrás a darle alcance; sin embargo, al detenerse un momento para descansar, decide seguirlo y ver qué hace.
     No entiende para qué está recorriendo calles y calles, aunque sea un ser extraño al mundo, porque nada sucede con él. Sólo, algunas paradas súbitas ante la gente o ante algún lugar –que tampoco comprende- interrumpen la caminata.
     Hace bastante tiempo que comenzó a seguirlo. La separación entre los dos cada vez se acorta  más; -lo que le parece lógico por la lentitud del otro-pero no ha notado que es aquel quien se está deteniendo.
     Es una sensación repentina y brusca la que llega al primer hombre; después  de que al volver a sentir la de aquella presencia que lo encontró, haya enlentecido su marcha. Sin embargo, ahora, es angustiosa; tanto que lo ha paralizado; aunque su memoria ha vuelto a tener aquellos recuerdos olvidados al regresar. Después, su cuerpo –extrañamente sacudido- ha salido de su estupor y ha encarado al hombre.
     Éste, sorprendido por todo, se ha quedado quieto, y no puede articular ni una palabra. Los ojos del otro ahora están vivos –aunque parezcan cegados- porque de ellos le llega el pánico y el dolor que está viviendo; sin decir nada.
     Las palabras, ahora, están en la mente del vivo. Su memoria, también ha estado en silencio desde aquel día; y también se ha recuperado. Recuerda la escena y se la dice a sí mismo, sín tratar de esconderla; porque la mirada del otro le ha puesto delante el horror que desencadenó y la culpabilidad que le llega
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          De noche, en las afueras de la ciudad, reaparece aquella sombra. Vuelve a ser alguien perdido, solo, sin recuerdos y moribundo, que está regresando a su tumba.
    Detrás, otro hombre –que lo ha  venido siguiendo- entra tras él en ella.
     La oquedad –abierta en la tierra de nadie y escondida entre la maleza- está como antes –fría, dura y húmeda-; y en el suelo hay un hombre muerto, rígido y descuartizado; que nada tiene –ni dentro, ni fuera- que siga vivo.
     …El otro sale de ella y se interna en el campo; mientras la oscuridad está haciendo desaparecer cualquier asomo de vida.







                                      

viernes, 15 de diciembre de 2017

EL NO TIEMPO



                         E L   N O   T I E M P O
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                         ¡Están todos vivos!...No sé por qué he exclamado, alegremente sorprendido, ni todos, ni vivos…Yo estaba dispuesto a escribir; un deseo renacido después de un tiempo perdido en hacerlo casi por encargo –el mío-. Y por eso, y para que algo me llegara para empezar a escribir, estaba  canturreándome, una de mis canción es de siempre. 
          “Extraños en el paraíso”, de Gloria Lasso, era la que había elegido –o ella a mí-, hacía unos días. Pero, esa sensación de belleza, de emoción  y de plenitud, que antes  me  traía la canción, ahora no aparecía; porque los paisajes que veía eran rincones desolados aunque –eso, sí- humanos, demasiado  humanos, tristes y penosos… 
          …Así discurría mi canturreo, mi bloqueo y mi pesar; pero, de repente, ante algo que vi; exclamé la frase: Era un lugar, aparecido ajeno al paisaje anterior, con una realidad  rotunda, viva y despierta. 
          Un paraje –un trozo casi enmarcado- de campo, al parecer un huerto; y dos personas, inmediatamente reconocidas -mi padre y mi madre-que faenaban en él. Ella, había vuelto la cabeza –supongo- hacia mí; él había dejado lo que hacía y con su azada apoyada en la tierra, me estaba mirando. Parecía estar en su madurez, en su edad fuerte y afanosa, en el trabajo que se hace, cansa y se vuelve cada día. Y, si me miraban era, sencillamente, porque alguien –yo, un desconocido- los había sorprendido y, quizás, importunado, 
          Aquello, que podía parecer una escena del pasado –algo que ya no era-, tenía, sin embargo, la fuerza de la realidad presente, su indudable “estar ocurriendo en esos momentos”; y yo no dudé ni un instante en reconocerlo y, por supuesto, asombrarme de que estuvieran vivos, en su propio tiempo y, a la vez, en el mío. 
          Después, pese al encuentro, a mi convicción, a mi alegría y a la rareza de que no me reconocieran; seguí adelante, como si nada me hubiera ocurrido o afectado y como si ya formara parte de esta realidad irreal. 
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          Seguir adelante no es justamente lo que hice; porque si el lugar me lo encontré repentinamente, al parecer, llegando por mis propios pasos; ahora, lo que veía era una vereda detrás suya, pero después de desaparecer el paraje del campo. 
          Sin moverme de donde fuera que estuviere, el camino lo sentía como un sendero que no muy lejos, llegaba a lo que podía ser un bosque, y lo cruzaba hasta un recodo que n o me dejaba ver más. 
          Todo era una naturaleza virginal, fresca y limpia; que acercaba la ocredad de la tierra al verdor de la arboleda; y ésta subiendo a las alturas, también ocultaba lo que podía haber –si lo hubiera- más allá… 
          …La sensación de lo que estaba ocurriéndome se iba de la belleza del lugar, porque éste, sobre todo, me llevaba a un estado tenso y emotivo, en el que se enlazaba el extraño encuentro de antes, el de ahora y la intuición de que este nuevo camino iba a ser tan sólo, el tránsito entre tiempos; aunque recorrido embargado por una espera in esperada… 
          … Empecé a andar. La tierra del sendero estaba endurecida, fría y desherbada; pero el pasar por ella hacia el bosque era acogedor y seguro como una senda en la naturaleza; aunque no te acompañaba en nada más. 
          La arboleda que orillaba el camino no dejaba ver mas que una impenetrable hilera de troncos enhiestos y apretados que, desde muy abajo, se ocultaban en un follaje enverdecido y denso, afilado en sus copas, a tanta  altura, que parecían desaparecer ellos, junto con todo lo que allí hubiera… 
          Todo lo que de lejos era bello, aquí se hacía extraño e inhóspito para mí, aunque el caminar no iba a detenerse, mientras pudiera… 
          …El trecho que recorrí dentro, hasta que llegué al recodo en el que desde fuera había reparado, no me deparó mas que el deseo de salir de allí; porque, aunque a soslayo, traté de ver a través de la maraña de árboles, no encontré nada –algo que ya sabía-. Por eso, sólo seguí el sendero –lo único cercano- sin esperar nada más. 
        E igual que sucedió con el primer encuentro, de pronto, al doblar el recodo, el paraje anterior desapareció: solamente, era otro paso entre tiempos. 
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          Ante mí, el campo; como un paisaje que desolaba mi sentir. Un lugar en el que la tierra perdía todo su refugio: una vastedad en la que no se veían sus confines, no  habían más que restos resecos de vegetación, el relieve era un caos de llanuras y lomas arrasadas, y, hasta el aire que lo cubría sólo exhalaba  podredumbre y muerte.
          Aquí, también salía un camino; pero, lo sentía real –no de paso-; de una vida que se  había asentado en un tiempo y que aún existía, aunque la presentía penosa y agónica. Andando por esta vereda deshecha, seca y polvorienta; a lo lejos vi lo que semejaba una choza y gente; realmente, alguien que me miraba y un rumor de otras que debían estar cerca suya.
          Quien me miraba, sin duda, era un ser humano, un hombre, pero todo en él tenía el trazo, evidente, de estar enajenándose.  Un rostro congestionado, embarbado y mugriento; un resto de vestimenta que se caía a jirones; y, sobre todo, su cuerpo vacilante, agarrotado y torpemente hostil y asustado.
          La gente que se sentía detrás, no la notaba  mas que por ese ajetreo de pasos y ruídos que la delataba. Y, aquello no era una choza, sino una casa de campo, derruída en buena parte, que mostraba el deterioro por el tiempo –o por lo que fuera-…
          …Lo que yo tenía delante era otro hecho de vida. Esta vez, como la huída ante una catástrofe ocurrida, quizás, en otro lugar; y el destrozo que causaba en mente y cuerpo, una desesperada lucha por sobrevivir que bordearía la locura.
          Y yo no hacía nada; tampoco sentía pena por ello, sólo asombro –humano- por lo que parecía un horror, tan natural como humano. Sin embargo, una sensación de extrañeza ante este encuentro –también, el primero-, el que me miraran –sorprendido-, el que no pasara nada después, y, este revuelo del tiempo…; una sensación de extrañeza era lo que me embargaba y me vaciaba de lo demás…
          …Después lo que yo estaba –aparentemente- viviendo, empezó a parecerme como una escena que se albergaba en mi mente, sólo eso; y lo que había sentido vivo había desaparecido en ella…
          …Poco a poco, el sentirme estancado dio paso a una sensación hecha de frustración y tristeza; porque todo había comenzado con el deseo de escribir, con atrapar una melodía llena de hondura, y, tras un periodo de bloqueo y pesar, tener aquella primera visión de vida que, sin expresarlo bien, me llenó de alegría;…y, ahora, esto, que me devuelve a un vacío del ánimo.
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        Como hago otras veces –porque quiero escribir, sentir y saber- vuelvo a traer la melodía a mi ser; y no permanecer en esta nada a la que he llegado; pero, no, forzarla, para que lo que venga esté determinado por lo que he sabido en los encuentros.
          Desgrano lentamente cada nota, cada acorde y cada frase; y los sentires que despiertan –viejos conocidos- fluyen dulcemente dentro de mí. La nostalgia, la pena reconfortada, el ensueño abandonado, la extraña sensación de dicha a pesar de la pérdida de lo que se anhela –y, a veces, casi se desconoce-; vuelven a aparecer como siempre. Y, también, esa engañosa búsqueda de lo que deseo, a través de un retazo de la melodía; que, repetidamente, no llega a ningún sitio…Así, finalmente, la música se vuelve una cantinela, que acabará en silencio.
          Pero algo surge de dentro de ella; algo que estremece y despierta mi emoción. Y ahora no son encuentros con gente de un tiempo que no sé si es el mío, el suyo o el de todo; sino trozos de vida del pasado que están ocurriendo delante de mis ojos, siendo yo alguien de mi propio tiempo que ha llegado –o recordado- al    suyo…
          …La primera escena, la que rompió la monotonía de una música que callaba, apareció cuando ésta mostró un sendero que bordeaba la valla de lo que semejaba un jardín; pero con tanta exuberancia fresca y enverdecida que se sentía un bosquecillo, cuyo ramaje yo iba separando para ver lo que allí había: una escena con mis padres jóvenes, alegres y divertidos en una terraza enmarquesinada de un bar, al que  a veces íbamos en salidas de domingo.
          Pero, lo de mis padres no era lo más crucial en este paraje del tiempo pasado. Lo de ellos –en sí mismo- podía ser un recuerdo nostálgico ligado a mí. Pero ¿qué hacían también otras escenas de vida, desunidas de la mía o meras ficciones?: ¿Humphrey Bogart  en el salón en Casablanca, Montgomery Clift junto al árbol de la vida, Natalie Wood desaparecida en Esplendor en la yerba?...Ellas, aquí; por las que no suelo sentir apego, sino pena;  cuando, por algún motivo las he vuelto a ver; hacen más extraño lo que está pasando.
          Sin embargo, en este lugar en el que han aparecido, mi sensación es otra muy distinta a la de los recuerdos de otras ocasiones…Vuelvo a sentir que todos están vivos, en esta inesperada realidad.
          Mis padres no me ven; pero esos  momentos de vida también son míos, aunque no aparezca en ellos. Con los demás, las escenas en las que los había conocido ya n o son –o no parecen- ficciones.. Y, aunque los tiempos y los lugares estuvieron separados, ahora son de lo que siento como un “no tiempo”, y están en un “no lugar”; aunque todos están viviendo algo que transcurre y está aquí…
          …Todos –mis padres y ellos- están viviendo. Que lo hagan mis padres no es nada extraño; salvo porque había sucedido en lo que fue mi pasado, aunque ahora parezca mi presente. Pero, los otros no vivieron una historia real, sino una simulación, que, extrañamente, es lo que está ocurriendo delante de mí; y que siento tan verdadera como la de los míos.
          Realidad, de unos y de otros, es lo que hay en este lugar –“no lugar”- y en este tiempo –“no tiempo”-. Y estos “noes” son así –absurdos, pero evidentes para mí-; y llegan desde la sensación de intuir, que podía ver a mis padres en otros momentos cercanos o lejanos –en su tiempo- de éste; y en todos estarían llenos de vida, dejando fuera, como si no fueran de ellos, los que  fuero sólo “sobrevivientes en ella”: habría un tiempo y un lugar en los que ellos serían “marionetas” que vivirían en lo que nos parece realidad; y el “no tiempo y lugar” en el que serían reales, en sí mismo;…existentes, separados del avatar del vivir.

                 

        

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