S I P U D I E R A
Nostalgia, pena y ternura; me deja la
primera llegada de la música; con su
caricia acostumbrada, dulce, apacible y honda; que, siempre, me reconforta.
Después, mi sentir empieza a
cambiar. Golpes de sonidos, como mecidas vaiveneando, se me acercan con otras notas que no parecen
diferentes pero, sí lo son. Arrullos, brisas,
oleadas que envuelven mi alma, me están engañando; y no me doy cuenta
hasta que mi boca se amarga, mis lágrimas brotan, mi corazón se encoge y el
dolor lo dice todo. Arriba, donde el sentir ha acabado siendo el de verdad;
hay, angustia, desgarro, desesperanza,
pérdida y el quebranto del mismo
hombre.
Nada se puede hacer, salvo extender el
daño; volverlo insoportable. Y la música, lo sabe bien. Tensa el sonido, casi
rompiéndolo; lo afila hasta que puede cortar; y lo aprieta, lo contrae y lo
mueve, como si estrujara los nervios de mi alma. Mi dolor –el que me trae este
canto- no llega a más; se detiene en un último grito, se agota y se queda
clavado junto a mi nada
Y ahora, es el vacío que resta el que dice
algo, que sólo encierra comprensión resignada del negar la vida; de no hallar
un luego, ni alguien que hable o consuele, sino un silencio engestado en todo,
cargado de impotencia y sufrimiento.
Por eso, las notas se han pausado;
suspiran, se entrecortan y resuenan con el mismo sentir enquistado de antes.
Parece una letanía inútil que se perderá en el tiempo, como una estela
enmudecida. Pero una brizna, aún no
desaparecida –que un hombre dejó en la música-, me despierta el dolor,
lo desdeña, y, despacio, me lo acerca. Y, los dos nos entregamos dulcemente en
un abrazo de juguete rotos –él sin
fuerzas y yo sin miedo-, que acaba pareciendo una danza de vida y muerte.
Después, reaparecen aquellos sonidos que destrozaban
cualquier esperanza; aunque, ahora, extrañamente, deseo tragarme todo su daño y
vivirlo en mí.
Llamo; miro buscando unos ojos, pido
piedad, suplico, siento el rechazo, decaigo y abandono; pero lo que hago es
inútil y empiezo a refugiarme en el recuerdo que ensueño; hasta que mi alma
se desploma –tan inerte como una
piedra-, cansada de desvaríos y quimeras.
La música, sin embargo, sigue cantando
igual, a pesar de que nadie la oye; porque ese es su caminar entre humanos.
Y, antes de irse, lanza un postrer sonido
que parece el último grito que se escuchará clavado en el tiempo…
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…Yo, mi ser entero, se ha
llenado de esta agonía; aunque sólo porque alguien la ha vivido tanto que se la
han vuelto canto desnudado de palabras; y éste ha llegado a mi lado.
Pero
otros hombres la han padecido en sus carnes; si n música y sin habla…
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Un solar en las afueras del campo, unos
vagones abandonados aún en pie, escombros desparramados de edificios y un
hombre que mira estos restos…
Todavía no sabe a qué ha venido. En la
ciudad, esta vez, ha despachado –casi se los ha sacudido de encima- los asuntos
concernientes a su –ahora-pequeña empresa –casi un taller-; sin dedicar tiempo
a lo que antes acostumbraba –paseos despistados y curiosos, gente en la calle y amistades-; y al final,
ha aparecido donde no quería, al menos de forma
inconsciente.
Sigue sin
comprender lo que pasó; después de tanto tiempo. Cuando ha tratado de
hacerlo, la última causa –la solución final- no puede ni considerarla –la
repugnancia no le deja-; y todo el entramado –quizás, económico- que llegó a
entender se deshace frente a aquella…-“no es posible lo que hicieron; no,
por Dios”-…
Por eso, es absurdo, doloroso, inútil que,
ahora, esté aquí; pero está…No consigue
olvidar; pasar página, volver a vivir..; y este lugar ha ocupado –ocupa-
su mente… Sin embargo, lo que tiene delante –salvo los restos-; su tierra, su
luz, su aire, hasta su cielo, no parecen
muertos como él; ni siquiera se han esperado a seguir.
Lo más raro –los vagones del transporte-
atrae su mirada. Es una chatarra retorcida, desarticulada y mohosa; pero, casi
en todos sus resquicios está apareciendo hierba joven y verde que huele a agua…que no se ve ni en el
suelo,…agua, que aquellos días hizo
rociar en las paredes; para que los hombres, las mujeres y los niños, al menos,
sorbieran unas gotas y se creyeran otro final, del que tuvieron.
El griterío, las risas de los soldados;
las caras aplastadas sobre los
cristales, los rostros divertidos de aquellos; y su angustia y eficacia -sufrir, ignorar y negociar- le vuelven las
imágenes que, aquí, nunca se han quedado.
El cielo alto, azul, denso, quieto y
hermosamente vivo no soportaría ese cuadro; y el de aquel día –que no recuerda-
estaría embrutecido de sus pinturas de guerra.
Por eso siente rabia; por eso, vuelve a
recobrar su sensación de impotencia; por eso, piensa que debe hacer algo para
que nadie olvide nada; por eso, por eso, por eso… Mira arriba, como si buscara
lo que debe estar ahí, lo que la razón rechaza, lo que sabe los porqués…; lo
que no responde nada..; al menos, a él…
… Y no tiene –no ha tenido hasta ahora- el
consuelo de la música; que mitiga el dolor
deshaciéndolo en nostalgia de otra vida; por lo que no puede salirse de
aquello que pasó...
…Si pudiera oír esas notas, que alguien tomó de este lugar, para
que todos recordaran todo; el daño, el sufrimiento, la pena, las lágrimas, el
desvalimiento y la inocencia; quizás,
traerían algo de paz para seguir viviendo..; pero,no…
El gheto –que él casi vio alzar
para encerrarlos como en un matadero-lo tuvo en su mente; aunque sin poder
hacer mucho más que imaginar a aquellos hombres, mujeres y niños perdiendo su
libertad, preguntando los porqués, sobreviviendo, engañándose entre ellos y
hundiéndose en la espera.
No sintió lo que pasaba por dentro, cuando
dejaban de luchar por migajas de vida. Sus almas, en aquellos momentos
sobrehumanos –locos y suicidas-, se liberaban cantando y bailando unidos entre
sí, con su dios y su destino; rezando en una danza contenida, lenta, marcada y
rota; que los fortalecía, tan visiblemente, que los guardianes, presas de un
temor extraño, impedían con violencia…Aquel era el dolor sobrio del hombre;
éste, sublimado en ellos, otro distinto…
Algunos –los más viejos- soportaban con
más entereza el confinamiento en este corredor de la muerte. Sabían de
aislamientos, de cautiverios, de destierros de su gente en su larga historia;
y, luchaban y consolaban recordando las
canciones que todos los niños habían cantado, sintiéndolas sin poderlas
comprender .
Notas
dulces y suaves; dichas al aire que preguntaba por su tristeza, su
ensueño, su alegría, su ternura y su caída; y que no pedían nada más que ser
oídas. Pero, los adultos, que sí sabían, las
cambiaban y llenaban de dolor musitado al vacío, y de queja dura e
insistente; aunque sólo les contestaba el sonido mudo del destino… Después,
volvían a ser niños cantando las penas de su gente…
…El hombre n o era niño, era otro adulto
como los viejos; pero no tenía historia que recordar con sus pesares y
nostalgia; no tenía canto que decir a nada ni a nadie; y sí tenía sufrimiento
que seguir padeciendo, sin más.
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Tanto tiempo, como
permaneció mirando hacia el cielo, tardó su mente en liberar la tensión
inútil, que podía anclarlo en la obsesión que se lo estaba fijando. Por eso,
dejó de hacerlo y, recuperado, echó a andar sin tener en cuenta hacia dónde
iba.
Había una alambrada, deshecha en gran
parte, frente suya; y sus pasos la llevaron a ella, como podían haberlo hecho a
cualquier otra zona. Recordó lo que se hacía allí - él y los militares- durante
la guerra; cuando trataba de impedir la muerte de todos los prisioneros que
podía.
Detrás
de la valla estaba el edificio del mando del campo de trabajo, y en una
de sus dependencias, los oficiales y él mismo, repasaban la lista que había
elaborado con los nombres de los presos que irían a trabajar s su fábrica.
Cada uno aceptado –casi, con indiferencia
para los militares- pasaba a ser uno más en su afán; porque la pugna-a veces,
un juego para aquellos- por el siguiente,
era lo que importaba; y cada pérdida le afectaba más que la cantidad
creciente de los salvados.
Algunos de los últimos –encontrados por
azar en tiempos posteriores-, con sus palabras de agradecimiento deberían
haberle llenado de alegría; pero, el
peso de los que murieron –de sus listas- lo abrumaba desde el momento del
rechazo.
Uno fue……Cuando lo supo –no fue nombrado
yb esperaba que sí; porque lo que estaba pasando ase conocía- todo se le acabó;
y eso mismo, adelantándolo, lo sintió aquel al descartárselo de su propuesta;
aunque, aumentando el dolor que ya tenía…
La música, quizás, llegó al no salvado y
algo le cambió; sin embargo, el negociador se quedó sin ella y su extraño
consuelo …
Las notas; pesadas, lentas y prolongadas;
cantaron un lamento –como un bramido de animal humano-, que se alargaba
pidiendo y se encogía al no hallar nada. Pero en una de sus caídas, los sonidos
se distorsionaban, rompían la melodía y pirueteaban saltos en el vacío que
semejaban la burla al que hacía el daño. Después, repetían su camino; aunque,
ahora, con otras notas que le acompañaban como el ruído de fondo de algún
abismo infrahumano. Y, al final, retornaban
a la música que, deslizando los sonidos en ráfagas continuas, avanzaba
al mismo dolor que, desde el comienzo, traía este drama.
Sin embargo, unas sonoridades impidieron
la calma, golpeando con brusquedad agigantada el silencio; hasta que un furor,
provocó la fuga –después de hacer saltar en pedazos la melodía de la entrega-y
las notas se lanzaron a un paraje fuera de lo humano; por el que avanzaron arrebatadas en pos de algo que, cuando
parecía cercano, nunca alcanzaban, mientras que un canto, invariable y a su
lado, le recordaba lo cano de su empeño, lo irónico y lo penoso.
Poco a poco, fueron perdiendo fuerzas y
cayeron en el descanso de su esfuerzo.
Sonidos desgranados, extrañados, esparcidos, coreados y hundidos; y, otra vez…
en la música del drama –oleadas calladas y hondas en su mudez-, para aceptar el
destino.
Ahora, las notas, que se duelen temblando,
zigzagueando y afilándose; con un grito acaban con el último resto de lucha;
que desaparece ahogado por las voces que se terminan de apagar…
…Esta música, quizás, llegó al no salvado y algo le cambió… El dolor
dolió
menos; el lamento alguien lo escuchó; la burla
vengó su suerte; el furor se hizo
ternura; la furia, la ruptura, la búsqueda, la caída, la vuelta y el
último miedo…enardecieron su lucha… Pero
nada de esto fue verdad; tan sólo sucedió dentro de él; más allá de su cuerpo,
su mente, su espíritu, su propia alma.
El otro hombre, sin nada de esto ni en su
ensueño, sólo tuvo pesar, pregunta, rabia e impotencia
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Auschwitz.Se ha acercado a
los restos de los edificios. Escombros desparramados casi reducidos a arena,
algunos tabiques erguidos ridículamente ladrillos ennegrecidos de tizne sucio,
residuos irreconocibles de piezas amalgamadas en un materia enmarañada…Esto era
el alma de Auschwitz; su razón de ser, su maquinaria exterminadora fría y
precisa Ahora, esparcidos por gran parte del solar y entremezclados sin
espacios vacíos; es difícil diferenciar
los procedentes de las diversas instalaciones del campo, todos parecen
contaminados por la brutalidad y, a la vez, por la estupidez de los humanos
.Pero el hombre, no los ve así; son sólo cosas.
Podían ser los restos de viviendas, los materiales de sus estructuras,
los trozos de piezas útiles…; aunque no lo son. Coge lo que parece una espita
informe carbonizada, la mira entre sus dedos y la imagina en una vasija llena
de licor; luego, la sitúa mentalmente en su sitio, en otro conducto muy
distinto. Y aunque nunca la vio en uno,
suponía que era –aún, tan pequeña e insignificante- de aquel mecanismo de muerte; formaba parte de
él, de las paredes y techos de aquella nave que, desde el comienzo, sobrecogía
por su extraña sencillez…
…Tampoco, presenció las ejecuciones.
Después de la contienda; cuando conoció
las construcciones, los métodos, los ingenios, los traslados, las
cantidades…fueron escenas no humanas las que
le acercaron algo de aquel aniquilamiento atroz; del dolor, de la
angustia y de lo horrible de las muertes; y eran actividades rutinarias,
acostumbradas, asépticas, entendidas como necesarias para el bienestar de los
seres humanos…”Eran los corderos dispuestos para la alimentación; y el proceso
completo de prepararlos para este fin”.
Los había visto encerrados en el redil,
llevados al matadero, separados entre ellos, empujados en un corredor,
degollados, enganchados en las cintas
correderas y despiezados…
Algunas
veces, al mirarlos y atenderlos, una mueca le había encogido la boca y
el estómago; pero fue después de Auschwitz, cuando comprendió qué era lo que le
maleaba el cuerpo, en las matanzas.
Balidos lastimeros, miradas fijas y
ajenas, apreturas entre todos, caídas y pisoteos; intentos de paradas en el
camino y cobijos en las vallas; seguidas casi pegadas y retrocesos; muertes de
un golpe o medio muertes, encintadas agonizando…
Los humanos ejecutados, en cambio,
musitarían cantos, estrellarían los
ojos, se moverían abrazados; y, en el
habitáculo –ante la inminencia desnuda- algunos aporrearían,
retrocederían, inhalarían, contendrían, aplastarían, caerían…
En ellos se reconocería sin duda la
resignación, la solidaridad, el darse cuenta; pero, a la vez, la angustia, el
pánico, el pavor, el acabar, el resistirse; también, los gestos egoístas y
humanitarios…
Y el hombre los había asociado: matadero,
frialdad, desprecio, dolor, miedo y terror; sin reparar que –quizás-, en los
dos hechos, la mente era la misma, comprendiendo a unos e interpretando a
otros, y, tal vez, equivocándose con los segundos; aunque no importaba esto,
porque era sufrimiento de seres vivos
que los igualaba, al menos, ante él…
…El recuerdo; el presente; el tiempo entre
los dos, olvidando, asumiendo y reviviendo; su desazón por lo que aún debía
hacerse; su desesperanza y pesimismo..; el caos de su mundo martilleando su cabeza, acababa rompiéndola y dejándolo
quieto, vacío, con sólo la querencia de su cuerpo; como ahora…
Esta vez se sienta en lo que resta de un
banco; recogiéndose en sí mismo y ajeno a su alrededor…
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El solar y sus escombros
siguen igual. Para aquellos, que saben
su pasada historia, es un lugar que ha agotado el sustento que tenía. Pero
aunque merezca el abandono, no es un erial, sino un pedazo de tierra que renace
y se limpia de los venenos de la muerte. Y su cielo –que ya no es una humareda empolvada de guerra- clarea, tenue y
regado, sobre todo el terreno que el hombre está dejando de mirar; porque él no
necesita hacerlo, para comprobar que nada se acuerda de nada, ó, al menos, que
aquí se sigue viviendo…
Al rato, cuando, finalmente, abre los ojos
y recorre el paraje entero, notando asomos de vida hasta en los escombros; ya no le llena de rabia
porque ésta brote y crezca entre las cenizas de hombres. Tampoco recrimina al
que antes lo hacía; ni siquiera –y esto no le sorprende- a sí mismo. También,
la sensación de impotencia y la urgencia para hacer algo más por los
aniquilados, han desaparecido igualmente. Y, en el vacío que han dejado al
irse, sólo hay una gran pena y un deseo intuído de consuelo; nada más que
eso...
…Recuerda el gheto, el tren llevándolos,
el campo de Auschwitz, los admitidos y rechazados para su fábrica..; y lo que
tiene son escenas de dolor y de sufrimiento,…presenciadas de lejos.., no
pasadas entre aquellos…y clavadas en su memoria; pero, casi nunca las tiene
vivas, cotidianas, seguidas;… y no sabe ni cómo pasaban el tiempo; el largo
tiempo de asombro, trabajo y espera…Algo, está sucediendo en su interior; que,
ahora, le haca ver lo que antes no reparaba o ,quizás, le daba miedo; aunque
esas imágenes de ellos no están en sus
recuerdos más que señalando su ausencia…
…También, a la vez que evoca el pasado
ligado a aquello, se está encontrando con otro que recibe como suyo, y que trae
un canto.
Son hombres y mujeres que parecen rezar, y
sin gritar increpando, como él hacía, sino que, con delicadeza y respeto, entonan su canción volviéndola
dulce, acogedora y tierna para todos. Y el dios
al que aguardan –porque desean, confían y necesitan que esté—al menos,
los llena de esperanza… Son los cantos
de unas gentes que, antes de hacerlo, han afrontado la dureza de una lucha; y,
después, han expresado lo que han pasado, lo que han sentido y lo que quieren.
El hombre nunca escuchó esa canción. Sí, la que oía a los campesinos, tras una
buena jornada en la cosecha; que hablaba de gratitud, contento, vuelta, tranquilidad, cansancio y tarea. Y él se
detenía, a su paso, para unirse y, a veces, corearla con ellos; porque se
sentía feliz, sin saber la causa… Ahora, los dos cantos se entremezclan. Y el
suyo, el que está resonándole no le hace dichoso, aunque el consuelo que mitiga
algo su dolor de hoy es el que trae su
recuerdo…
Quizás, ellos cantaban la otra en esos
tiempos de espera; se ha quedado prendida en el aire de este lugar, y él la ha recogido; descubriendo
por qué lo hacían…
Sus sones
van diciéndole más, cada vez. Se repiten con monotonía descuidando el
tiempo y albergando la tristeza por lo que aún no se tiene; pero, con un
pequeño quiebro que es una chispa de
alegría y ánimo. Cambian, después,
su canto y traen la pena, el anhelo, el ensueño, la nostalgia, la queja, la
pérdida, la renuncia y la resignación. Y, cuando esta melodía se va quedando en
su propio eco, otras notas se desdoblan –haciendo más intensa su voz- y enfrentadas –como si dos seres humanos se
miraran-, reconfortan mutuamente; arrastrándolas a todas hasta que enmudecen de
golpe…
…El hombre se encuentra extrañamente vacío
al irse el último resto de sus cantos; porque su pena y su deseo de consuelo,
tampoco están con él…
…Despacio, se levanta, y se va tal como
llegó a este solar en las afueras del campo..; aunque, con un corazón menos
sobrecogido y un alma menos angustiada.
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El lugar no ha olvidado
tanto, como aquel pensó al notar su vida. Entrañado en ésta y, quizás,
empujándola para que siga - pese a todo- permanece la muerte. Y, en el aire de
esta tierra perdura la última pena vuelta música, que el hombre no habría
podido revivir solo para aliviar su
dolor…
…Una única nota cruza un espacio desolado
y vacío, hasta que otras-muy pocas- la relevan mostrando que todo está igual de
inerte; pero, aún queda un lamento vivo, hundiéndose en la amargura, rechazando
su suerte y forcejeando con ella; que,
de pronto, se encuentra con otros extrañamente fuertes; llenando el cielo de
gritos sin tregua, que acaban cuando
suenan en la voz de un coro. Y,
entonces, las palabras embravecen el decir y el sonar del canto.
Hombres y mujeres –desdeñando la esperanza
y la piedad- avanzan un paso lento y seco; y, se clavan aguardando que se abra
su puerta. Sus tonos ásperos, duros –casi ruidos incomprensibles- encubren la
melodía; que, ahora, es tan sólo un sonido apagado que espera
No callan frente a esa puerta; sino que
llaman, fuerzan, insisten, reclaman que se haga lo que, al fin, no oculta
nadie.
Y el rezo –ya no es más que eso- golpea
con plegarias, endurecidas de fuerza y
desgarro; que en sus silencios enmudece todo…
Después
entran, mientras sus voces se acallan sin que se oiga ningún lamento…La
música, cuando dejó de escucharlas trató de llenar su vacío, pero sus notas
sólo sabían ir de un lado a otro, intentando mantener la armonía en un
irrefrenable desvarío; hasta que, tras el último ruído dentro, volvió a la
melodía larga y diluída que desgranaba
la pena cayendo a una irremediable nada.
Todavía, un último sonido permaneció como
un latido de dolor que, poco a poco,
dejó su pulso…
…Nostalgia, pena y ternura; me…
-----o-----o-----o-----
.