lunes, 25 de mayo de 2015

                                           T Ú   ESTUVISTE   S I E M P R E
                         ¡Virginia.., Virginia..! no hay respuesta tuya; aunque sé que me estás oyendo. No sé si desde el lago, el mar o el cielo; vuelta un cisne, mudada en una roca o sumida en un copo de nieve; pero sé que estás con ellos; y sabes que te busco.
          Ahora, siento emerger el fondo, brotar el agua, caer la nieve; cuando sus besos aparecen, se posan y se deslizan sobre mi boca;…y no llegan solos, desde parajes lejanos, ni de labios inertes. Tu cara, al abrir los ojos para ver el sueño, es la que tengo cerca, y, esos besos son tus besos.
          Después, en mi piel entra otra piel, en mi calor se quema otro calor, en mi fuerza se abraza otra fuerza, y en mi cuerpo se desmaya otro cuerpo…Otra vez fluye el lago, se embravece el mar y se deshace el hielo; pero, ahora no te veo tan cerca; aunque sé que eres tú.
          ¡Virginia.., Virginia!; ¿dónde estás?...
          Antes, el encanto subido, surtido y desprendido; -el mismo que hace embelesar al cisne, eternizarse a la roca y tintinear al copo- se metió en mi carne y dejó su caricia pegada en mi boca. Fui, igual que ellos, hechizado por el agua que permanece quieta, lo llena todo o se sube al cielo; fui embrisado como el cisne, fortalecido como esa piedra, mecido como el trocito nevado; y lo fui por ti…Virginia; tú eras la que unía la existencia insondable y anhelada en mi vida en la tierra; tú eras la que tirabas de mí hacia todos los fondos que me han trastornado;…tú eras…¿quién…qué?...
          La mujer que arrulló mis labios era dulce, suave, húmeda y tímida…era Virginia; la mujer que me hizo cerrar los ojos –cuando te miraba embriagado-, que me despertó el deseo incontenible de su cuerpo  y que se pegó al mío…¿era Virginia?...y, la mujer que se rompió conmigo hasta que nos desvanecimos por dentro y por fuera…¿era Virginia?...
          Me despierto y a mi lado hay una mujer. Duerme, su cara es tan fresca, tersa y luminosa como su propio sueño; su boca, entreabierta como una ranura en el agua, me enternece como a un niño; su pelo me parece seda que resbalaría entre mis dedos; y sus ojos cerrados, lánguidos, templados; -aunque no puedo verlos ahora; después de hacerlo tantas y tantas veces-, me devuelven ese mar cálido, denso, difuminado, profundamente azul verdoso;  que un destello de gris-para no herirnos demasiado- entristece de nostalgia..La quiero…es Virginia; mi Virginia..; la mujer que siempre ha estado escondida en mi alma y que algo, alguien o ella misma, ha hecho aparecer para que pudiera amarla en vez de añorarla, adivinarla o ensoñarla.
          Es otra tarde. Virginia y yo nos hemos amado con cada cachito del cuerpo –ninguno ha sentido un vacío-; desde el roce más descuidado hasta el hundimiento más profundo; y nada humano ha faltado en nuestro tiempo de amor.. No dormimos después. Hablamos, trivializamos, jugamos; nos entrelazamos, nos besamos, nos miramos..; a veces,  nos volvemos a reunir en un abrazo suave, calmado y mimoso que, casi, reinicia este fuego. Ahora, somos un hombre y una mujer que se quieren, en una espera sencilla, sin arrebatos sublimes; nada difícil en apariencia.
          No recuerdo cuándo-tampoco hace falta- tuve a todas junto a mí. La de los  besos enternecidos de amor; la que sacaba mi llama interior que quería apagarse; la que la hacía crecer, prender todo el cuerpo, quemarse con él y después extinguirse sin fuerza; y, la  de la casa, la calle y la vida de todos los días. Sé que son la misma Virginia; pero ¡está tan cerca cuando aparece, tan perdida cuando la llamo y tan lejos cuando es ella la que musita mi nombre y me angustio al no hallarla!
          Virginia es el lago, el mar, el cielo,…el brote, el emerger, la caída,…pero, también, el cisne, la roca, la nieve…Y yo que he besado sus besos; he sufrido el deseo y he deshecho mis ansias, tengo que bajar a buscarla para hacerla mía o hacerme suyo; donde quiera que esté.
          En mis oídos suena la música que me trajo el lago. Un tirón en mi alma, una tristeza que me hunde, un ensueño, una congoja; un repetirse petrificado sin querer seguir; un embargo de añoranza,  una renuncia y un consuelo piadoso. Después, el sueño del ensueño realizándose, la subida al gozo más sublime; y, de pronto, la voz que dice “no”, el deseo que no cesa, la lucha contra aquella…y, al final, la caída, el llanto, el dolor…la locura del hombre deshecho. Eso era antes, lo que encontraba en la música y en el lago: yo, no era un cisne para beberse aquel paraíso.
          Pienso un instante en la nieve, que me ha enajenado; traída por otra melodía. Esta vez, los sonidos no quiebran tan cruelmente. Es un caminar de nostalgias, de jugar con la realidad perdida que vuelve a nosotros, de gozos elevándose en nuestros recuerdos más entrañables, de lágrimas que endulzan nuestra boca del alma..; y de renuncia –ya lo sabíamos-  que se enquista en un rictus de amargura; después de hacerse patente que el milagro  de recuperar el pasado no va a suceder.
          También aparece el mar-no me olvido de él- y las rocas que conocen el canto que a mí me hiere. Esa una secuencia de añoranza dolorida y ensueño que parte de mi ser, hasta que cree alcanzar la cima quitada; pero, nada…Un momento, sólo uno, se abre el camino .Empiezo a recorrerlo en un éxtasis sin espera, en un goce anticipado que me anuda la garganta;…Mi amor –no sé a quién o a qué- está aquí, en todas partes cobijado…y  yo lo estoy sintiendo, viendo, casi tocando…No; algo te detiene, te abre los ojos y miras: no te has movido, no hay nada cerca, sólo buscas a tu alrededor; sólo te hacen soñar, te engañan,… vuelve a tu tierra.
                         Hoy, una mañana de octubre, antes de empezar la rutina de lo cotidiano; escribo lo que va a ser claro para ti y para mí; aunque lo sé –lo supe de un golpe- desde el día que te lo dije en un texto que pudo reducirlo y hacerlo desapercibido. Ahora, estoy seguro, sólo tengo que desplegar las palabras, los sentires, los sentimientos y las verdades que te entrelazan con mis paraísos perdidos; los que me rompían porque eran, a la vez, presencia y ausencia, plenitud y vacío, alegría y dolor.
          Recuerdo –ahora lo traigo yo- el mar; me desprendo del canto que lo acercó, de su juego inocente, despreocupado de mi y, quizás, necesario; y miro de frente lo que hacen mi cuerpo, mi alma y mi espíritu…Palpar, buscar, apretar, acariciar, entrar…¿? A  mi lado estabas tú, Virginia…¿A quién he besado con un soplo húmedo, que ha crecido hasta que nuestros labios se han diluído  en nuestro aliento?...¿A quién he acariciado deslizando mi piel en la suya, para acaba casi extenuado, apretándome a su cuerpo?...¿A quién ha buscado mi alma –“quién prendióse primero en el hoy del alma  del hombre?”- para hallarse a sí misma?... ¿Quién te entró,  cuando llegamos apasionados, como un torrente rápido, fluyendo dentro de ti, para crear otra  vida; que ahora era sólo el deseo?...Virginia; ya  no hay un mar largamente buscado, porque el mar eres tú; ya no pido, ahora te tengo; ya, la música sólo es una belleza enmarcada que estará a mi lado, como un recuerdo…Virginia. Eres el amor de mis amores, lo más grande que me ha sucedido, lo que ha empequeñecido mis quereres de hombre de antes de conocerte…Virginia…tú eres lo que queda del  mar´.                                                                                                            Pero están la  nieve y el lago; no los paso por alto. Estaban antes que ella; ¿son ella; creo…? Recuerdo el río –tras la nevada- en cuya corriente me fundía. Su sangre –porque me daba la vida- me entregaba la flora, la roca, la caña ,la aurora, la fruta, los prados, los vientos, la escarcha, la lluvia, la tempestad…¿Virginia me lo trae todo?; ¿seguro?..-“Entonces, te engaña ella, o te engañas tú”-. -“Si se abriera como una flor,”-… -su boca-;  -“cimbreara como una caña..,”-…-su risa y su juego-; -“desgranara como una fruta..,”-…-la dicha que esparce-;  -“sí, sería tu río; pero…”-  -Virginia es mi amanecer; mi lecho soñado de mujer; mi aliento para vivir; el agua que riega el deseo! Y ella ha quebrado la roca, ha parado los vientos y ha amainado la tempestad; para reblandecer mi alma, aquietarla y enraizarla…Virginia es el río que se bebía la vida; y ahora me la da cuando yo estaba preparado para dejarla. Virginia lo es todo y tan cerca que aparece sin llamarla, sin ni siquiera musitar su nombre; porque ella y yo estamos unidos para siempre…somos la nieve, el lago y el mar.

         











miércoles, 13 de mayo de 2015

Océano encantado


                                  O C É A N O   E N C A N T A D O

                        Las notas, han ido entrelazándose, para plasmar un lugar en el océano, que se ha encantado para nosotros.

          La vida, que surge desde el seno de las aguas y riza en olas la superficie, es rumor sordo de raíces lejanas, en su misterio de movimientos y sonidos y, patencia clara, vigorosa impenetrable, de las olas que se han hecho rocas.

          Y, de esto, poco es lo que conoce el hombre. Su conciencia, anclada en el sentimiento, en ráfagas continuas de penuria y vaguedad, surcadas por leves aleteos de formas que se sienten, recibe, de la música, el azote que en aquel deja.

          Y la música; mágico y portentoso eslabón, rayo del ser sin materia, tan sólo capaz, como el fuego prometeico, de despertar y, tambaleándose, hacer andar al hombre hundido en la carne, mientras que al otro, roto para la vida, dejará en una disonancia de ser y no ser que la muerte hará gesto..; la música, tañe innumerables melodías que se entrecruzan para forjar un paisaje como éste, que, sólo en su ser simbólico, no es el fruto de un azar.

          El brinco de una nota, el lazo con la otra en el subir a una cima y, el procreado temblor en una espiral de vacío; todo, sobrenadando in quejido, es para el sentir una ola. Permanece en un suspiro que apagándose se aleja y, al morir para nacer otra, se hace patente un abismo que otros sones encadenándose llenan; dejando constancia del misterio que embarga rodeando a la roca y, que no permite tan siquiera, que el sentimiento se pose en él para saber, si lo hace, un salto irremediable que salpica sus ojos de miedo y tristeza, es su paso inmediato.

          Pero en el interior del hombre, todo parece seguir igual. Hay un sentir, que es sólo una ventana abierta para mirar; como una atalaya, como una forma de conciencia. Mas, hay algo mayor en su dentro; una, como carne estremecida por el mundo; un algo sutil, nebuloso, que ve lo mirado; que se retuerce, que llora y que ríe, en una intimidad más profunda que la de la misma conciencia. Es, otro verdadero ser, dentro del hombre. O, quizás, el mismo en lo más recóndito y abismal de su esencia; en la fuente antigua que le dio el ser; en el arroyo, ya brotado, donde bebió el existir.

          En un instante, la luz de una nota se ha hecho fuego arrasador, y, ha dejado libre camino entre la fuente y el arroyo, quemando la maleza en selva de la vida, para iluminarse en un grito arcano en la conciencia del hombre; en una estancia de dicha de un paraíso poseído, o, en un gozo, esperanza sumida en el tiempo y el espacio, y, sólida realidad de piedra, fuera de sus poderes.

          Y así, todo aquel sentir humano prendido en el ensueño, extrañado en el embate contra rocas, triste, de melancolía, al reconocerse desgarro, y resignado, de saber lo imposible de su anhelo; abandona su gesto de estatua, forjado al cegarse en la luz, y recobra su infinita menudencia de hoja, su vibración perenne al soplo de  todos los vientos, su agitado caminar de mimbre y cristal. Y camina; camina en sólo un destello de tiempo, da y recoge un golpe de luz, destruye una traba, abriendo un sendero y, desbarata una vida dejándola entre dos mundos.

     -¡Sigue adelante! “Dáme el ser aunque mates mi existir! ¡Quebranta los huesos, los nervios, los pulsos, la carne de mi corazón..!; pero, ¡enciende mi conciencia sin temor que se me abrase! ¡Siéntelo todo!-

        Pobreza del  hombre. Parquedad del espíritu, que consigue tan sólo abrirse una herida, y queda después, sin saber qué mano la causó.

          Mientras tanto, la música, perdida su cumbre, regresa a su llanura en la montaña, para depositar sus sones en los labios del hombre, y ofrecer su ambrosía de dioses al corazón, de manos de su sentimiento, otra vez petrificado.

          El canto vuelve a brotar. Toma lo que le dan, pero es tan suyo, que lo lanza en un lamento venido de profundidades, que lo aumenta, impregnándolo de matices, de sentires oscuros y abortados.

          Se hace pies para andar entre las rocas, manos para palpar, buscar, apretar acariciar, golpear; amante para la ternura, guerrero para el batallar, loco para el afán, prisionero para la libertad, ciego para la luz que siente, desgarro para el ser que le arroja, poseído para la fé, vacío al desesperar su corazón en dos mundos, y su razón en dos luces. Pero, todo esto, ¿de quién es?.Si su sentir ha sido alcanzado, y su voz es una mueca que permanece; si su conciencia, sólo tiene el tizne de la llama brotada; si en su existir de carne, únicamente un sentimiento que conoce, palpa estos pasos en el misterio, mientras lo inerte habita en el resto.., ¿quién, es el que anda?...¿Quién?...

          ¿Quién, en un principio esencias misma de la música, prendióse  primero en el hoy del alma del hombre? ¿Quién, al caer abismos, murió en su vida y renació en su muerte? ¿Quién, hallóse a sí mismo, reconocido en el alma de siempre?...Y, ¿quién, y por qué, se esenció en la música, se hizo igual al hombre, se mudó en un alma, y se quedó en la muerte?

          Y de todo esto, aquel que se sabe, se siente y se duele hombre, no pregunta nada. Su ser de hoy, que ha sentido en un golpe que no podrá seguirse, se hunde en sí mismo. Y en él, el anhelo, confundiendo visiones del cuerpo, con quereres del alma, le muestra, a lo lejos del mar, unas rocas; y una brisa, un sabor, un frescor, un olor, que a la playa se lo llevan. Pero, para ir hay que avanzar; y para avanzar, un espacio; y para el espacio, un tiempo; mas aquí, ni hay espacio, ni hay tiempo, ni hay.., ni habrá.., llegar.

          Enmudece el espíritu en el hombre. Poco a poco, y apartándose de sus aristas de piedra, va filtrando su sed de vida, en un débil hálito que deja manar en su dentro. Y la sangre, vuelve a correr por sus venas; el aire, explota otra vez en su seno;  la carne, eriza su piel por  los vientos; mas, los ojos, si no viendo, presintiendo, perdidos de esta quimera siguen llorando el desierto, siguen clavados , dormidos, dejados, despiertos.., pero tan sabios y ciegos. Y una oración, hija de aquel canto primero, vive aún esta visión que muere, musitada y sin cortejo.

          Resbalan las notas el encrespar de las olas. Desgranadas en rosarios, palpan arroyos, malezas y fuentes; pero siempre, encontrando el ser que nace para vivir su muerte. Y todo volviendo de nuevo, y todo contando su suerte.

          Es la letanía eterna; la vieja ley de la mar, que en labios de olas y fuentes, murmullos son, mas sellados en piedra; sonidos son, que en sones, al oído no suenan; y luces son, que imágenes, en los ojos no vierten. Y  siempre comienzan el verso; siempre, renacen su muerte.

         La paz, que pliega las aguas, llevándole va con ella, adormeciéndole la mente. La voz, que manda el silencio, sustrayéndole requiere. La mano, que la quietud mueve; presencia que la soledad tiene; sorbiéndole va sus fuerzas, dejándole el corazón inerme; y éste se desmorona en suspiros que cuando a su lado devienen, son retazos ya del mar; del mar, que en hombre se vuelve.

         



Polvo


                                             P O L V O 

                                                Llueve en el interior del bosque. Una mirada hacia el cielo descubre la densidad, gris y encharcada, que pesa, cernida de agua, en la copa de los árboles. Desde ella, sus alas abiertas chorrean, en las ramas extendidas en palmas, una turbia, desparramada y sucia cascada, que acaba manchando la tierra.

    En cada hoja doblada; yerba, que se deja caída; planta, separados sus brazos; hay un palpar de algo que se hunde, sin que se pueda evitar.


     El presentimiento, fluyendo en un castigo que alcanza a todos, esconde, una a una, las briznas de vida. Y el pequeño rebullir a los pies de los árboles, sobre cada piedra, enroscado en el verdor de los tallos, bañados en la humedad, o pegados en la costra seca;  se desnuda de susurros,  cantos, ruídos;  mientras que, poco a poco,  las madrigueras van poblándose, para  albergar en ellas, el  más ligero  soplo: sólo en la oscuridad del sueño, la pregunta tensa y espera.

     Fuera, la intemperie clavada en la roca, se está m muriendo. Lo que era arena, palabra o salmo del vivir, se deshace en el roer del agua. Y, únicamente, como vasos descarnados, los restos enhiestos del hueso, aguardan, solitarios, el quebrarse para siempre.

     El cementerio, cubierto de lluvias,  se va petrificando desde el cielo a la tierra. Y las formas recortadas de sus estatuas, irrumpen en el abismo que en todas partes las ciñen; para, detrás de cada instante nuevo, alzar un postrer sepulcro; que pronto, también, comenzará a morir.

     ¡Qué pobre es el sentir, que la tierra, en cada uno de sus parajes cruzados, deja en el alma del que siempre se busca en ella! A través de éste, hoy,  hasta sus enfangadas huellas, se van engullendo en la vorágine del vacío, que queda tras de él, como si el tiempo, quisiera borrar el camino, y el mar, todas sus olas.

     Trozo a trozo, es el gotear constante de la savia, el que riega,  sangrando, la vida que enmudece. Ya, las aguas, desgajadas las quimeras,  dominan la quietud de la nada; a la que, aún´ arañan las piedras sembradas por los muertos. Y el hombre, poco a poco, y sin reposo alguno, sigue  avanzando;  ahora,  sin retornar los ojos, ante aquello que ya sabe.

     Toda  la región, pasto de las sombras, es recorrida. Ni el albor de la mañana, ni la nostalgia de la tarde, ni el miedo frío de la noche, aparecen una vez. Y el lugar, sostenido en la penumbra, que traza el andar de su cuerpo; no tiene, en su lejanía sin sendero, inmensidad sin espacio y eternidad suspendida; ni la fuerza de vivir: parece la materia.., desarraigada del alma.

     La sombra, acompañándole fuera, transcurre lenta para el hombre; son horas y horas contemplando el desierto; pues su ser, absorto en un sentir extraviado, sigue lanzado en su anhelo; y sólo, su carne, su pulso y su fuego, arrebatados desde ella; se pegan, adheridos, casi inertes en su juego, al espíritu que aún los lleva.

     De pronto, la soledad se levanta, en el paisaje que permanece. Un quejido azotar de los vientos, sellado y continuo, revela, cercana, una casa.

     Las paredes derruídas, sumiéndose en la tierra, asoman, junto a sus restos marchitos, el color descalichado que enseña sus piedras. Y el musgo, tapando oquedades, en cada nicho un refugio; abraza, posando en los muros, la tibieza que allí se encerraba. Desde el suelo, la techumbre carcomida y rota, se une a la hiedra; que llega a puertas y ventanas, esperando el caerlas.

    Una vez, tan sólo, la mano que había buscado, acarició el destrozo: todo, se hizo polvo. Y el hombre, carne y espíritu, quedó a su merced.

martes, 12 de mayo de 2015

El muñeco roto


                                                     E L    M U Ñ E C O    R O T O


                                                    Siento haber vuelto atrás en mi vida; salvando olas y olas, retazos de tiempo, perdidos en el mar. Y, de pronto, sin haber notado mis pasos que se acercaban, me he hallado frente a un barracón sobre la nieve.

     Todo lo que allí rodeaba  estaba insinuado en aquel entorno blanco y enmudecedor. Todo, allí, esperaba; sumido en una somnolencia grisácea, que alumbraba la sombra, y ensombrecía la luz Y  el barracón, también padecía en esta apariencia.

     Sabía, por la puerta que no me hacía frente, haberle sorprendido;  que sus ventanas, cerradas o inexistentes, no me dejarían ver dentro, desde tan lejos; y, que su recinto de madera, quizás, vieja y carcomida, tenía la frescura de la cabaña recién levantada.

     Y el lugar salvo en aquello que un día había acompañado mi existencia, sólo era nieve… Podía, aquel paraje, estar cubierto de hierbecillas, guijarros, surcos; pero todos, fríos. Fríos, con la frialdad que repele; que sólo nos dice que los dejemos en paz; que parece, negarse a que nuestro existir se aproveche del suyo, para sentirnos de alguna manera; que no nos dice nada;…nada.

     Si había árboles, subiendo  la  montaña desde el valle; si las lomas, suavizaban aristas y riscos; si los arroyos, parecían romper el silencio… nada, en cambio, quebraba mi soledad en el sentimiento, en la conciencia; incluso, en el alma. Y  el viento, o la lluvia, o la escarcha, sólo, me traían cadena de escollos, de piedras,…de lanzas. Y, paradójicamente; aun contra mi propio deseo;  en nada sentía  esa fuerza que me rehusaba. Pero, ahí estaba: detrás, si podía haberlo, de la casa, había, no un abismo, que desgajara mi único sentido; sino, el valle, mostrando la realidad en el paisaje, de una ladera para descender  a él; sin embargo, tan posible, y, tan lejano.

     Tenía, que dejar de mirar aquello, que nada  me decía; y entonces, mis ojos retornaban hacia lo que creía mío: una cabaña. Una cabaña, que no parecía hecha para verse, ni para tocarse,buscar, sentir o recordar; pero, que allí permanecía;  agradable y acogedora como un  fuego, muda y necia como una piedra, y sumisa, callada y sabia de mi mismo, como un fiel animal que no me comprendiera.

     Sentía, no ser yo mismo aquella imagen; pero, a la vez, no entendía que fuera algo, si yo no lo hubiera sido desde siempre. Y lo poco, que de ella se me había concretado, era, el haberlo descubierto en un sueño; y, que éste, tuviera el reverdecer de lo que no nace para luego ser muerto.

     Llevándola cerca de mis ojos, volvió la música a  hacerme su prisionero. Y la imagen, parecía sonreírme al encontrar mi alegría; mostrar su contento con piruetas, quedándose en muñeco; y, saltar, danzar, hacer muecas, para dejarme entero en su juego.

     En cambio, cuando la tristeza  me ahogaba en la desesperación, no me seguía de nuevo. Después de un instante triste, al verme deshecho, primero quedaba clavada como la había conocido; y luego, se borraba, poco a poco, sin tener, ya, nada que ver con mi sueño.




    

                                                  

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