martes, 12 de mayo de 2015

El muñeco roto


                                                     E L    M U Ñ E C O    R O T O


                                                    Siento haber vuelto atrás en mi vida; salvando olas y olas, retazos de tiempo, perdidos en el mar. Y, de pronto, sin haber notado mis pasos que se acercaban, me he hallado frente a un barracón sobre la nieve.

     Todo lo que allí rodeaba  estaba insinuado en aquel entorno blanco y enmudecedor. Todo, allí, esperaba; sumido en una somnolencia grisácea, que alumbraba la sombra, y ensombrecía la luz Y  el barracón, también padecía en esta apariencia.

     Sabía, por la puerta que no me hacía frente, haberle sorprendido;  que sus ventanas, cerradas o inexistentes, no me dejarían ver dentro, desde tan lejos; y, que su recinto de madera, quizás, vieja y carcomida, tenía la frescura de la cabaña recién levantada.

     Y el lugar salvo en aquello que un día había acompañado mi existencia, sólo era nieve… Podía, aquel paraje, estar cubierto de hierbecillas, guijarros, surcos; pero todos, fríos. Fríos, con la frialdad que repele; que sólo nos dice que los dejemos en paz; que parece, negarse a que nuestro existir se aproveche del suyo, para sentirnos de alguna manera; que no nos dice nada;…nada.

     Si había árboles, subiendo  la  montaña desde el valle; si las lomas, suavizaban aristas y riscos; si los arroyos, parecían romper el silencio… nada, en cambio, quebraba mi soledad en el sentimiento, en la conciencia; incluso, en el alma. Y  el viento, o la lluvia, o la escarcha, sólo, me traían cadena de escollos, de piedras,…de lanzas. Y, paradójicamente; aun contra mi propio deseo;  en nada sentía  esa fuerza que me rehusaba. Pero, ahí estaba: detrás, si podía haberlo, de la casa, había, no un abismo, que desgajara mi único sentido; sino, el valle, mostrando la realidad en el paisaje, de una ladera para descender  a él; sin embargo, tan posible, y, tan lejano.

     Tenía, que dejar de mirar aquello, que nada  me decía; y entonces, mis ojos retornaban hacia lo que creía mío: una cabaña. Una cabaña, que no parecía hecha para verse, ni para tocarse,buscar, sentir o recordar; pero, que allí permanecía;  agradable y acogedora como un  fuego, muda y necia como una piedra, y sumisa, callada y sabia de mi mismo, como un fiel animal que no me comprendiera.

     Sentía, no ser yo mismo aquella imagen; pero, a la vez, no entendía que fuera algo, si yo no lo hubiera sido desde siempre. Y lo poco, que de ella se me había concretado, era, el haberlo descubierto en un sueño; y, que éste, tuviera el reverdecer de lo que no nace para luego ser muerto.

     Llevándola cerca de mis ojos, volvió la música a  hacerme su prisionero. Y la imagen, parecía sonreírme al encontrar mi alegría; mostrar su contento con piruetas, quedándose en muñeco; y, saltar, danzar, hacer muecas, para dejarme entero en su juego.

     En cambio, cuando la tristeza  me ahogaba en la desesperación, no me seguía de nuevo. Después de un instante triste, al verme deshecho, primero quedaba clavada como la había conocido; y luego, se borraba, poco a poco, sin tener, ya, nada que ver con mi sueño.




    

                                                  

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