E L M U Ñ E C O R O T O
Siento haber vuelto atrás en mi vida; salvando olas y olas, retazos de
tiempo, perdidos en el mar. Y, de pronto, sin haber notado mis pasos que se
acercaban, me he hallado frente a un barracón sobre la nieve.
Todo lo que allí rodeaba estaba insinuado en aquel entorno blanco y
enmudecedor. Todo, allí, esperaba; sumido en una somnolencia grisácea, que
alumbraba la sombra, y ensombrecía la luz Y
el barracón, también padecía en esta apariencia.
Sabía, por la puerta que no me hacía
frente, haberle sorprendido; que sus
ventanas, cerradas o inexistentes, no me dejarían ver dentro, desde tan lejos;
y, que su recinto de madera, quizás, vieja y carcomida, tenía la frescura de la
cabaña recién levantada.
Y el lugar salvo en aquello que un día
había acompañado mi existencia, sólo era nieve… Podía, aquel paraje, estar
cubierto de hierbecillas, guijarros, surcos; pero todos, fríos. Fríos, con la
frialdad que repele; que sólo nos dice que los dejemos en paz; que parece, negarse
a que nuestro existir se aproveche del suyo, para sentirnos de alguna manera;
que no nos dice nada;…nada.
Si había árboles, subiendo la
montaña desde el valle; si las lomas, suavizaban aristas y riscos; si
los arroyos, parecían romper el silencio… nada, en cambio, quebraba mi soledad
en el sentimiento, en la conciencia; incluso, en el alma. Y el viento, o la lluvia, o la escarcha, sólo,
me traían cadena de escollos, de piedras,…de lanzas. Y, paradójicamente; aun
contra mi propio deseo; en nada sentía esa fuerza que me rehusaba. Pero, ahí estaba:
detrás, si podía haberlo, de la casa, había, no un abismo, que desgajara mi
único sentido; sino, el valle, mostrando la realidad en el paisaje, de una
ladera para descender a él; sin embargo,
tan posible, y, tan lejano.
Tenía, que dejar de mirar aquello, que
nada me decía; y entonces, mis ojos
retornaban hacia lo que creía mío: una cabaña. Una cabaña, que no parecía hecha
para verse, ni para tocarse,buscar, sentir o recordar; pero, que allí
permanecía; agradable y acogedora como
un fuego, muda y necia como una piedra,
y sumisa, callada y sabia de mi mismo, como un fiel animal que no me
comprendiera.
Sentía, no ser yo mismo aquella imagen;
pero, a la vez, no entendía que fuera algo, si yo no lo hubiera sido desde
siempre. Y lo poco, que de ella se me había concretado, era, el haberlo
descubierto en un sueño; y, que éste, tuviera el reverdecer de lo que no nace
para luego ser muerto.
Llevándola cerca de mis ojos, volvió la
música a hacerme su prisionero. Y la
imagen, parecía sonreírme al encontrar mi alegría; mostrar su contento con
piruetas, quedándose en muñeco; y, saltar, danzar, hacer muecas, para dejarme
entero en su juego.
En cambio, cuando la tristeza me ahogaba en la desesperación, no me seguía
de nuevo. Después de un instante triste, al verme deshecho, primero quedaba
clavada como la había conocido; y luego, se borraba, poco a poco, sin tener,
ya, nada que ver con mi sueño.
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